Nov. 29, 2016

Saber o no saber: he ahí el dilema

¿Recuerdan a Evelyn Poveda? Hasta hace poco más de siete meses, nadie había oído hablar de ella. Y luego llegó el 11 de Abril. El día que, a los pies de Juan Santamaría, la brillante jovencita sacudió la adormecida consciencia de miles de ciudadanos, y encendió de nuevo la chispa de un indomable espíritu nacional.

Una muchacha que, con el valor y la hidalguía de los costarricenses de antaño, enfrentó sin titubeos tanto al poder político como al mediático. Con valentía, pero también con la sensatez que casi nunca le reconocen a las personas de su edad (y que tanto les falta a otros). Diciendo verdades necesarias, pero sin perder de vista la necesidad del respeto mutuo. Con personalidad propia, y no con una imagen prefabricada. Con vigor, pero sin agresión. Y sobre todo, con conocimiento de los problemas que pretendía exponer, y de la necesidad de abordarlos desde la institucionalidad republicana.

¿Por qué es oportuno pensar de nuevo en ella? Porque hoy, con una Costa Rica azotada y dolida por la catástrofe del huracán en la Zona Norte, es más urgente que nunca la afirmación de ese espíritu nacional, la identificación con nuestro terruño, nuestra población y nuestros valores.

Y porque, lamentablemente, todavía restan algunas personas a las que no les ha quedado clara la lección. Y a las que les ha faltado la capacidad (o la voluntad) de entender el manifiesto repudio al oportunismo politiquero y la malignidad mediática, tan fuera de lugar en un contexto donde se necesita la colaboración ordenada de las fuerzas del país.

Debemos recalcarlo a raíz del triste espectáculo ofrecido por una persona de la que muchos ni habíamos oído hablar hasta esta tarde, pero que (a diferencia de una Evelyn auténtica y sin artificios) pareciera haber procurado desesperadamente la ocasión de posar para las cámaras e improvisar tribuna.

Ahora bien, nada tiene de malo en sí mismo improvisar tribuna. El privilegio de vivir en una República alcanza para proteger el derecho de expresión de todos, inclusive de aquellos seres que no tienen ni la más recóndita idea de qué es o cómo funciona una República. Aún si deciden ejercer ese derecho sin el mínimo sentido de la decencia o de la cortesía, o al hacerlo incurren en la repugnante actitud de anteponer la militancia partidista al interés general, precisamente cuando éste último resulta ser tan obvio.

Lo realmente alarmante es el uso que le dio a esa tribuna. Parafraseando a la escritora británica Jane Austen, no es que haya sido una persona perversa o malintencionada (le damos el beneficio de la duda), sino tan patéticamente ayuna de conocimientos sobre el tema del que pretende hablar, que ni siquiera comprende la magnitud de las atrocidades que profirió.

¿Tendría esta "personalidad" (de fabricación televisiva, como era de esperar) la menor noción de lo que salía de su boca cuando preguntó "cuál es el procedimiento para dar un golpe de Estado"? Sin mencionar el potencial delictivo de semejante instigación (artículo 303 del Código Penal), la sola noción de que exista un "procedimiento" establecido para romper el orden constitucional por medio de la fuerza bruta sería casi risible, si no fuera porque deja al desnudo una aborrecible vocación totalitaria y un completo desprecio por los valores más esenciales de nuestro país. Esos mismos valores que nos están uniendo para sacar del lodazal a nuestros hermanos de Upala, Los Chiles, Bagaces y muchos otros lugares afectados.

Saber, o no saber: he ahí el dilema. Nos resistimos a creer que exista una persona capaz de desearle a su propia Patria la supresión de las libertades públicas, o deseosa de ver tanques y camiones erizados de armas aplastando a todos los que osen oponérseles, o de ver sujetos uniformados disparando ráfagas de ametralladora en la Asamblea Legislativa, todo porque le cae mal el Presidente de turno. Necesitamos creer que habló por ignorancia, una ignorancia rotunda ciertamente, pero que podría ser remediable con un poco de humildad.

Ahora bien, si alguna lección hemos de sacar de este lamentable episodio, es comprender una vez más el privilegio de vivir, más que en una "democracia", en una "República". Porque no son lo mismo, aunque se necesiten mutuamente. La República, por medio de sus instituciones, el imperio de la ley y la vigencia de la Constitución, permite proteger nuestros derechos y atender incluso emergencias serias (como la actual) sin que por ello se agraven los trastornos cotidianos o se ponga en peligro la integridad misma de nuestra nación. La República incluso resguarda la posibilidad de que una persona como Ingrid Roldán tenga la misma libertad de expresarse que Evelyn Poveda. La democracia, en cambio, entraña el riesgo de que este tipo de personas algún día se conviertan en mayoría y, por malicia o por ignorancia, acaben por desmantelar la República, renunciando a ciegas a su única protección.

Esperemos que eso nunca suceda. Los países que han pasado por ese trance tan amargo y sangriento, sin duda preferirían el embate de un huracán.

Robert F. Beers

Abogado constitucionalista, politólogo

robert@robert-f-beers.com

 Síganos en Facebook: Factores+

Nov. 27, 2016

Costa Rica no afloja

Hace menos de 72 horas, la esquina noroeste de nuestra Patria recibió el embate directo de una desgracia innombrable. La extensión del dolor y la destrucción dejada a su paso no se ha visto en este país desde hace décadas.

A pesar de los ingentes esfuerzos de preparación de las autoridades en todo el país, hoy estamos llorando la pérdida de 10 de nuestros conciudadanos, seis en el cantón de Upala y cuatro en Bagaces; pero además, empezamos a captar también las verdaderas dimensiones de la catástrofe que ha arruinado a miles de familias en regiones que —como ya hemos apuntado reiteradamente— ya de por sí figuraban entre las más empobrecidas de nuestra nación.

El estupor ante semejante tragedia —en medio del cual, tristemente, no han faltado los “domingos siete” y las ocurrencias de mal gusto— aún no termina de disiparse; pero ha ido dando paso rápidamente a una reacción llena de grandeza y patriotismo: la de una ciudadanía volcada en socorro de sus hermanos apabullados por los vientos, inundaciones y avalanchas.

Ha sido cuestión de pocas horas para que los centros de acopio de la Cruz Roja se hayan visto desbordados por la cantidad de víveres ofrecidos por innumerables habitantes, a una velocidad mayor a la que era posible distribuirlos. Es conmovedor presenciar la forma en que familias enteras, llevando incluso a sus niños, han entregado ahorros, alimentos, implementos de higiene personal, para socorrer a los millares de desplazados que dejó a su paso el inclemente fenómeno atmosférico. Y nos llena de esperanza ver cómo empresa privada, organizaciones sociales, iglesias y medios de prensa —en su mayoría— han respondido espontánea y espléndidamente a las necesidades apremiantes creadas por la catástrofe, incluso a casos tan puntuales como emblemáticos (la joven víctima de parálisis a quien se donó una nueva silla de ruedas, o el hombre a quien se restituyó el equipo de trabajo para levantar nuevamente su taller).

Si algo positivo nos está dejando esta desgracia, es la certeza de que Costa Rica se salió del “romboide” para retomar esa consciencia nacional que tanto nos hace falta. Es la expresión genuina y positiva del verdadero nacionalismo costarricense. No la distorsionada caricatura “xenofóbica” con la que algunos quieren resucitar carreras políticas occisas, sino algo mucho más noble: la plena conexión espiritual con nuestro territorio, nuestra población y —sobre todo— nuestros valores, esos que juntos constituyen nuestra identidad como nación, y que a veces son tan injustamente reprimidos en nombre de la “corrección política”, al grado de que sólo se admita su mínima expresión de tanto en tanto (el 11 de Abril, el 15 de Setiembre o cuando juega la Sele).

Y de paso, ha sido esta la oportunidad en la que la vasta mayoría de la ciudadanía costarricense ha demostrado su inapelable repudio al oportunismo soez y a la politiquería “de carroña”, para unirse en cambio bajo la única bandera que nos identifica a todos, tanto los costarricenses de nacimiento como los costarricenses de espíritu, aquellos que por necesidad o por decisión han adoptado como suyos este territorio y estos valores, y que hoy comparten en carne propia el sufrimiento que nos embarga.

Nuestra Costa Rica única, de Isla del Coco a Isla Calero, de Peñas Blancas a Paso Canoas, del Sixaola al San Juan, hoy gime a una por los sucesos de Upala y Bagaces, por los daños sufridos en Matina y en la Zona Sur, por las familias que han perdido sus techos, sus animales y sus medios de vida. La tragedia de unos ha sido la tragedia de todos. Y el socorro que se les está brindando hoy, para ellos, hace toda la diferencia.

 

Robert F. Beers

 Síganos en Facebook: Factores+

 

Nov. 24, 2016

El huracán Otto y la Costa Rica del Romboide

Hace algunos meses comentamos acerca de lo que llamábamos "la Costa Rica del Romboide". En aquel momento dijimos que lo que algunos consideran "Costa Rica" queda comprendido entre Ciudad Quesada y Pérez Zeledón, y entre San Ramón y Turrialba.

Hoy, mientras el huracán Otto (rara vez se bautiza tan certeramente a un fenómeno atmosférico) atraviesa el país, los medios de comunicación y las redes sociales parecieran confirmar una vez más esta lamentable actitud. Recién hoy parecen haberse enterado de que Talamanca, Coto Brus, Corredores y Golfito son parte del territorio nacional. Lo mismo que La Cruz, Upala, Los Chiles y Sarapiquí, así como el norte de Pococí. Aunque, extrañamente, nadie hizo mención de que son casualmente los cantones con peor índice de desarrollo humano en el país.

Por el contrario, ¿qué hemos tenido? Un medio de comunicación que le da la espalda a la prevención, dándole palestra a politiqueros locales para crear controversia en un momento en que el ojo de "Otto" generaba una calma momentánea que pudiera haber sido preciosa para advertir a la comunidad que faltaba todavía la otra mitad de la tormenta. Un director de medios que no titubeó en poner a uno de sus periodistas a reportar desde el propio corazón del poblado bajo vientos de 150 kilómetros por hora, pero que apenas oyó que el huracán iba para donde él estaba, de pronto le dio por pensar en "no exponer la seguridad personal de sus compañeros" como excusa elegante para ir a esconder el propio pellejo. Y lo peor: una turba irracional que, viendo que en el interior del "romboide" había poca lluvia y ningún viento, se adueñó de las redes sociales para (como de costumbre) tapizarlas de ligerezas, diciendo que todo era una pantomima, una vagabundería y que el país no vivía ninguna emergencia. Claro, porque en su desbocado egoísmo "el país" llega hasta donde a ellos les da la vista. Y volvemos entonces a comprobar que, para que se tome en serio un acontecimiento en Costa Rica, debe suceder dentro del "romboide".

Si una lección debe quedar de esta tragedia, es que nuestro país no puede darse el lujo de "mutilarse" a sí mismo. Basta un parpadeo, un instante de irresponsabilidad mediática o de politiquería pedestre que desvíe o desacredite el magno esfuerzo de un Gobierno por prevenir catástrofes, para que se pierdan valiosas vidas humanas.

Costa Rica va de Peñas Blancas a Paso Canoas, del río Sixaola al río San Juan, de la Isla del Coco a la Isla Calero. Y del Mar Caribe a los adentros del Océano Pacífico. No nos conformemos con menos. Y sobre todo, no olvidemos que una tragedia en cualquier punto de nuestra nación, es una tragedia para todos.

Acuda a la Cruz Roja de su localidad para ofrecer su cooperación.

Robert F. Beers

 Síganos en Facebook: Factores+

Nov. 9, 2016

Elecciones en EEUU: se confirma el Sindrome de Goliat

Al confirmarse ya en esta madrugada el triunfo de Donald Trump en los estados de Pennsylvannia y Alaska, es prácticamente un hecho que el magnate neoyorquino sería el próximo Presidente de los Estados Unidos.

Y, de paso, validó una vez más la teoría postulada en este mismo espacio hace aproximadamente dos semanas: la del "Síndrome de Goliat" que estaría convirtiendo la esperadísima victoria de la "inevitable" Hillary Clinton en... un estrepitoso fracaso más.

Desde luego, este tema dará para mucho más. Lo abordaremos a medida que el panorama quede aún más claro.

Robert F. Beers

 

Síganos en Facebook: Factores+

Nov. 6, 2016

El Dr. Frankenstein y la Asamblea Constituyente (III Parte)

En la publicación previa, hacíamos algunos apuntes acerca de la propuesta de convocar sin ton ni son a una Asamblea Constituyente. Señalábamos, por ejemplo, que tal convocatoria sería completamente innecesaria si la inspirara la intención de extender los derechos de la ciudadanía; pero se volvería indispensable si lo que se desea es reducirlos. Analizábamos, además, cuáles libertades públicas podrían estar comprometidas por el afán de crear una Carta Fundamental a la medida de ciertas modas "políticamente correctas".

Lo que tenemos pendiente de comentario es la forma en que esta ocurrencia podría alterar la organización e integridad misma del Estado Costarricense. Y a eso iremos enseguida.

IV. El impacto sobre la gobernabilidad

Hasta donde se sabe, el texto propuesto parece mantener, en esencia, el modelo republicano, lo cual es positivo, pues es el que nos ha funcionado. Sin embargo, sucumbe a la moda de introducir elementos de una mal entendida “democracia directa”, por ejemplo la “revocatoria de mandato”. Y este tipo de elementos (como lo demuestra la experiencia venezolana) debilita la República. ¿Por qué motivo? Porque les resta independencia a los representantes electos, y le otorga más posibilidades a los grupos de presión para ejercer represalias si alguno de ellos les resulta incómodo. El resultado sería tener únicamente diputados dóciles a los intereses particulares de sectores poderosos, pues es mucho más probable que a los que se atrevan a desafiarlos les apliquen un proceso revocatorio.

Otra medida cuyos resultados pueden ser contraproducentes es el cambio en el sistema de elección de los diputados. En la actualidad tenemos un sistema proporcional, lo que significa que la composición del Congreso intenta reflejar lo mejor posible los porcentajes de votos emitidos por la ciudadanía. Ahora, sin embargo, está de moda quejarse de este sistema y clamar en cambio por una supuesta “elección directa”, donde cada territorio elija un diputado y punto. Y claro está, sin importar porcentajes, al estilo que ahora se escogen los Alcaldes. Parece muy “democrático”, por supuesto… hasta que uno se percata de que ese nuevo modelo podría terminar dándole a un solo partido político TODOS los asientos del Congreso.

Por cierto un resultado como ese no es descabellado: en una elección muy dividida (como la que tuvimos en 2014) un partido podría acaparar el 100% de los asientos con el 30% de los votos, si gana todas las provincias o territorios. Y dejar así sin representación alguna al 70% de los ciudadanos del país. ¿Qué pasaría si ese partido fuera, por ejemplo, el Frente Amplio?

Ahora bien, como ya hemos visto, el texto sugerido no es vinculante. El “Poder Constituyente” puede desecharlo y adoptar cualquier otra idea… incluso una peor. Es decir, una vez instalada la Asamblea, puede decirse que Frankenstein anda suelto.

Y en consecuencia, de ese proceso podríamos salir con reelección presidencial inmediata y sin límites (lo que en la práctica elimina el principio de “elecciones justas” dada la enorme ventaja que otorga el ejercicio del poder). O con reelección ilimitada de diputados (lo que, sumado al cambio antes expuesto, representaría la fosilización de nuestra clase política). Inclusive, entre las posibilidades podría estar la restauración de un Ejército permanente.

Pero la “criatura” podría ir más allá: ¿por qué no pasar a una “democracia popular” como la de Corea del Norte, con partido único y presidencia hereditaria? O bien, tener un arrebato de nostalgia y proclamar una monarquía (imaginémonos quienes competirían entonces por ser la “familia real”)… También podría la Constituyente repartir nuestro territorio entre Nicaragua y Panamá; renegar de la independencia y reintegrarnos a España (convirtiéndonos de paso en los únicos miembros americanos de la Unión Europea), o anexarse a México (aunque sea para ver si al fin David Faitelson habla bien de los jugadores ticos). Todas estas ocurrencias son, a todas luces, disparatadas… pero la Asamblea Constituyente tiene tales potestades, que podría incluso acordar la disolución de Costa Rica como Estado independiente.

No lo olvidemos: una vez convocada, no tiene límites.

V. Y además, el “todo o nada” del referéndum…

Antes hemos comentado cómo el agotamiento intelectual de los movimientos políticos “de centro” había regalado la iniciativa a ideologías más extremistas, tanto de izquierda como de derecha. Luego analizamos cómo ciertos mecanismos “participativos” como el referéndum, por su naturaleza binaria (SÍ o NO), tendían a beneficiar precisamente a esas posiciones extremas y a anular al centro. Y ahora (¡vaya sorpresa!) venimos a descubrir que mediante un referéndum se nos quiere plantear si de verdad queremos darle vida a la “criatura” del Dr. Frankenstein. ¿Está de acuerdo en convocar a una Asamblea Constituyente? SÍ o NO.

No hay puntos medios. No hay propuesta de reformas parciales. No hay objetivos concretos (ni puede haberlos, porque la Asamblea resultante sería plenamente soberana). Es todo o nada.

Y por las experiencias vividas en nuestro país y en otros, ya sabemos por dónde vendrá el nivel de discusión. Se procurará promover el SÍ como una solución mágica, haciéndonos creer que con sólo una nueva Constitución Política acabaremos de un plumazo con la pobreza, el desempleo, la mortalidad infantil, el déficit fiscal, las presas, las pensiones de lujo, el odio al empleado público y toda forma de corrupción, “para vivir mejor” (este eslogan no lo inventé yo, ya lo usan en la página de Facebook que promueve la iniciativa). Y se ocultará por todos los medios lo que aquí hemos analizado, es decir, la magnitud del poder que estaríamos delegando.

¿Está acaso de por medio la impaciencia, o la pereza, de dialogar y llegar a acuerdos sobre temas específicos? La capacidad que define a un verdadero estadista es la de llegar, no a soluciones perfectas, sino a las que menos resistencia provoquen. Es decir, en el marco del modelo republicano, a conseguir la solución que satisfaga mejor el interés general, aunque no se ajuste al interés de una facción particular. Y esto, desde luego, no se logra por vías como el referéndum. Pues este mecanismo sirve únicamente para darle legitimidad democrática a una posición extrema e irreductible. Es a favor o en contra.

De hecho la propuesta planteada implica dos convocatorias a referéndum. La primera, para decidir si se pone en marcha todo el proceso (es decir, sería la cinematográfica “descarga eléctrica” para darle vida a la criatura del Dr. Frankenstein). Y la otra, una vez redactada y aprobada la flamante Carta Fundamental por la Asamblea Constituyente, para decidir si estamos de acuerdo o no con el resultado. Nuestra participación directa, en resumen, se concreta a decir SÍ o NO un máximo de dos veces. Y de alguna manera nos dicen que eso es más “participativo” que votar una vez por un menú variado de representantes ante la Asamblea…

VI. La integración de la Constituyente: ¿mayoría negativa?

Lo que nos lleva al punto más delicado de todos: la calidad de la representación.

Aquí el proyecto de don Alex y compañía entró perdiendo desde el primer minuto, por abrazar de entrada el discurso tan en boga, de que los partidos políticos son engendro del Demonio y que hay que debilitarlos a toda costa, permitiendo que cualquier “organización civil” nomine candidatos independientes sin someterse al desprestigio de “juntarse con esa chusma”. También esto suena muy “participativo”… hasta que uno cae en cuenta de que, en el fondo, eso sería igual que pedirle al Colegio de Ingenieros, al Club de Leones y al sindicato de RECOPE que propongan jugadoras para la Selección Femenina de Fútbol.

Las organizaciones civiles tienen, desde luego, naturaleza privada y fines propios, pues se derivan de la libertad de asociación. Los partidos políticos, en cambio, tienen fines públicos y naturaleza republicana, pues representan el vehículo natural para que la ciudadanía ejerza su derecho a la participación y representación, estando por consiguiente sometidos a una legislación distinta (lo engorroso de crear un partido político en Costa Rica es tema para otro día). Afortunadamente el Tribunal Supremo de Elecciones—otra institución republicana al fin—lo entendió de la misma forma y ordenó enmendar esta ocurrencia.

Ahora bien, eso no resuelve el tema principal: ¿cómo quedaría integrada la supuesta Asamblea Constituyente? Necesariamente tiene que elegirse por medio de votación popular; de otra manera, se incurriría en el delito de sedición, pues se estaría arrogando la soberanía nacional. Y como diría la inmortal Tía Panchita, “aquí fue donde la puerca torció el rabo”: la participación debe darse (¿cómo no?) a través de esos “engendros del Demonio”, los partidos políticos. Con la esperanza de que, por una vez, éstos propongan a sus mejores hombres y mujeres, a los más capaces y preparados de entre sus filas.

Ahora bien, acabamos de repasar cómo los extremismos han ido adueñándose de la discusión política gracias a la anemia intelectual del “centro”. En Costa Rica hemos visto incrementarse alternativamente la presencia legislativa de la derecha (en el periodo 2010-2014) y la izquierda (2014-2018), siempre en detrimento de los “moderados”. Supongamos que el fenómeno continúa y paralelamente el proceso de la Constituyente logra iniciarse. ¿Qué podría suceder?

Los partidos más extremistas suelen tener militantes más disciplinados, mientras que los de “centro” no tendrían a su favor el arrastre personal de un candidato presidencial para movilizar electores. Y como resultado, los primeros podrían obtener resonantes éxitos y colocarían un número significativo de diputados en la Asamblea Constituyente.

Pongámosle un número hipotético a este marcador. Imaginemos que la Asamblea queda integrada por 61 diputados, de los cuales el neosocialista Frente Amplio obtiene 17 y el ultracapitalista Movimiento Libertario 14. Ambas agrupaciones sumarían 31 diputados, frente a los 30 que combinarían los movimientos más “centristas”. Ahora bien, por tratarse de extremos opuestos, es improbable que el FA y el ML colaboren entre sí; pero juntos podrían torpedear las propuestas “moderadas” que afecten sus intereses. O intentarían lograr que algunos de los “centristas”, carentes de una visión propia, terminen gravitando hacia alguno de los dos extremos. ¿Qué final le ponemos a este cuento de terror? ¿Una Constituyente políticamente bloqueada, o una Constitución incoherente y sin equilibrio?

En conclusión…

El activismo de un reducido grupo pretende ponernos, como ciudadanía, frente a una decisión trascendental. Ya el Tribunal Supremo de Elecciones autorizó a dicho grupo la recolección de firmas para convocar al referéndum que, en caso de concretarse (algo bastante probable, dada la creencia de algunos sectores en las “soluciones mágicas”), vendría a ser el de la “descarga eléctrica” que invocaría al Poder Constituyente Originario. Y por consiguiente, no podemos seguir escondiendo la cabeza como el avestruz. Nuestro deber frente a la República y a nosotros mismos, es tomar una decisión informada. Y muy bien informada además, sin esconder implicaciones de ninguna especie.

Esta serie de comentarios, desde luego, pretende contribuir desde ya al debate nacional que se nos viene encima. Porque, a juicio de quien escribe, el mayor aporte que puede hacerse a la opinión pública es hacerle saber exactamente lo que está aprobando o rechazando. Sólo así se puede tomar la mejor decisión para el bienestar general. De otra manera, actuando por ignorancia o por terquedad, podremos acabar peor que el Dr. Frankenstein…

Ir a la Primera Parte. Ir a la Segunda Parte.

 

Síganos en Facebook: Factores+