Aug. 10, 2018

Aristóteles y la Sala Constitucional

Al filósofo griego Aristóteles le atribuyen una frase lapidaria: “El que es amigo de todos, no es amigo de nadie”. Esas palabras bien pueden aplicarse a la Sala Constitucional, tras darse a conocer un confuso extracto de su “sentencia de medianoche” sobre la unión homosexual y la famosa “opinión consultiva” emitida por la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

Los alcances completos del fallo aún no se conocen, pues lo único que se reveló en la precipitada conferencia de prensa nocturna fue la parte dispositiva (el “por tanto”). Desde luego, eso hace aún más difícil descifrar una resolución tan zigzagueante, en la que la Sala, quizás afanada por ser “amiga de todos”, acabó no siéndolo de nadie.

El reto no era sencillo, claro está. Por un lado, la misma existencia de la Sala, lo mismo que la del Estado costarricense, depende de la supremacía constitucional (el concepto de que no hay norma superior a la Constitución), que a su vez se deriva del principio de soberanía. Es decir, en la visión del constituyente originario, los tratados internacionales podían sobrepasar en valor a las leyes ordinarias, pero nunca a la Carta Magna (según su propio artículo 7), pues esta es la expresión suprema de la soberanía (artículos 2 y 3). Por el otro lado, empero, en algún momento de la década de 1990 la Sala tuvo la feliz ocurrencia de modificar silenciosamente este principio, al afirmar que en materia de Derechos Humanos los tratados podían estar por encima de la Constitución. Esto explica, en la práctica, que a los actuales Magistrados se les dificultara tanto conciliar los fundamentos republicanos establecidos al emitirse la Carta Fundamental, con los agregados de sus antecesores en el cargo mediante su creativa jurisprudencia. El resultado no podía ser otro que el equivalente jurídico de agregarle el infame “quinto piso” al Gran Hotel Costa Rica.

Por ende, es comprensible que el fallo—o lo que de él se conoce hasta el momento—no haya dejado satisfecho a casi nadie. La iracunda reacción de los sectores favorables a estas uniones, tiene una explicación muy lógica: su expectativa era que la Sala Constitucional sirviera como el eslabón final que completara su juego. Hasta este punto, la estrategia consistía en evitar a toda costa que la decisión pasara remotamente cerca de cualquier órgano en que hubiese el mínimo resabio de representación popular. Para su éxito era indispensable que el proceso fuese casi secreto de principio a fin, y le hiciese un “bypass” a cualquier expresión de democracia. El hecho de que la Sala, en vez de otorgarles sin más su deseo, admitiese que hacerlo correspondía al Poder Legislativo, dio al traste con esta cuidadosa maniobra elitista, y los forzó a la confrontación política e ideológica que tanto querían evitar.

Desde la óptica de los oponentes a las uniones gay, las incongruencias del fallo resultan aún más manifiestas, y ponen de relieve cierta debilidad conceptual en la postura jurisprudencial de elevar lo relativo a derechos humanos a un rango por encima de la Constitución. Las consecuencias, que quizás en el pasado no se midieron o quedaron nubladas por el entusiasmo, ahora saltan a la vista.

Para que la Sala pudiera afirmar que el inciso 6 del artículo 14 del Código de Familia—emitido al amparo de la Constitución vigente—fuese inconstitucional, tendría que haberlo sido ya desde su nacimiento, o bien haber devenido en inconstitucional por haber variado posteriormente la Carta Magna. La mayoría de los Magistrados parecen haber optado por la segunda tesis, dando a entender que dicha “inconstitucionalidad” sobrevino a raíz de la famosa Opinión Consultiva de la CIDH, es decir, a inicios de este año. Sin embargo, resulta que el texto de la Constitución sigue siendo exactamente el mismo. De modo que, para que la tesis de la Sala pueda sostenerse, habría que admitir que la Opinión Consultiva reformó implícitamente la Constitución, y convirtió en inconstitucional la norma del Código. En otras palabras, la Sala está aceptando que la Corte Interamericana tenga potestades legislativas e incluso constituyentes: algo que no contempla el Pacto de San José, y que de hecho contradice los artículos 7, 195 y 196 de nuestra Carta Fundamental.

Más notable aún: la Sala le otorgó estos alcances a una opinión jurídica—que ni siquiera tiene rango de sentencia, como bien lo acepta la propia CIDH en resoluciones previas—.¿Sería esto lo que imaginaba Thomas Jefferson cuando manifestaba su temor a que una Constitución se volviese “simple cera en manos de los jueces, que la tuerzan y moldeen hasta darle la forma que quieran”?

Si se acepta como válida esta posición, “pasarle la bola” al Poder Legislativo era completamente innecesario. El “bypass” a la representación democrática ya habría quedado establecido como un medio legítimo de obtener reformas profundas al ordenamiento jurídico en todos sus niveles. Difícilmente podría esperarse que la Sala llevase sus razonamientos hasta consecuencias tan oligárquicas.

El punto más serio, sin embargo, es que aceptar esta teoría implica una sensible modificación a la organización política de nuestro país: el traslado de potestades jurisdiccionales, legislativas y constituyentes a un órgano supranacional creado por una convención. A este órgano se le está admitiendo incluso la potestad de decirle al Poder Legislativo, supuesto depositario de la “soberanía”, cuándo y en qué sentido debe legislar. Si tal es la consecuencia del Pacto de San José o del Convenio que permite a Costa Rica ser el asiento de la CIDH, entonces estos tratados debieron haberse aprobado mediante el trámite agravadísimo que establece el artículo 7, párrafo segundo, de la Constitución: pero esto claramente nunca sucedió. De este modo, la Corte adquiere enormes libertades para “interpretar” a su antojo el Pacto de San José y fabricar nuevas obligaciones para los Estados—Parte, sin necesitar ninguna legitimación democrática ni tener limitaciones de ningún tipo. Claramente esto se traduce en una dislocación del sistema de frenos y contrapesos que caracteriza a Costa Rica como República.

Total, que al revelar su “sentencia de medianoche”, la Sala Constitucional parece haber creado más dudas de las que pretendía despejar. Pues aquí ya no se trata simplemente de aceptar o desechar las uniones homosexuales o de intentar la aristotélica pose de “amigo de todos”, sino de algo mucho más profundo: el posible portillo para suplantar la legitimación republicana y oligarquizar las decisiones acerca de la organización política y social del Estado costarricense. Habría hecho mejor nuestro Tribunal Constitucional en aplicar una máxima distinta del sabio griego: “Soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad”.

Robert F. Beers

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Jul. 28, 2018

El cerro que ardió

Eran muy fértiles y productivas las parcelas que circundaban el puñado de alegres aldeas enclavadas en los llanos norteños, salpicando de ganado y cultivos la cara interna de la Cordillera de Guanacaste. Para los madrugadores lugareños, el desayuno había dado paso ya al arranque de una nueva semana de labores.

Hacia las 7:30 de la mañana, empero, la tierra cimbró con súbita brutalidad, y en medio de un feroz estampido, el azul del cielo desapareció, devorado por una pesada y ennegrecida nube arrojada por el cónico cerro que hasta ese lunes parecía tan inofensivo... En las entrañas de esa nube venía el aliento del infierno, que se precipitó hacia los poblados de la cara noroeste y los calcinó junto con gran parte de sus habitantes. Así se consumaba la catástrofe del Arenal el 29 de julio de 1968, hace exactamente 50 años. La tragedia se extendió incluso a varios de los valerosos líderes comunales del cantón de San Carlos, que acudieron en auxilio de sus vecinos y acabaron pereciendo a su lado. Mientras las cenizas empujadas por el viento ahogaban a toda la provincia de Guanacaste, las nubes ardientes y oleadas piroclásticas cobraron en los cantones de Tilarán y San Carlos aproximadamente 90 víctimas: el segundo peor desastre natural en Costa Rica, superado únicamente por el terremoto de Cartago en 1910.

Al cabo de medio siglo, la zona de desastre luce muy distinta. Poblados como Pueblo Nuevo y Arenal simplemente desaparecieron, consumidos por el ardor volcánico y luego desalojados por el proyecto hidroeléctrico desarrollado por el ICE. La aldea de Tabacón fue sustituida por alojamientos turísticos. La Fortuna, el poblado más próximo al volcán Arenal, y que milagrosamente resultó indemne, se ha convertido en un magneto para los viajeros del exterior, que durante las décadas en que el otrora "cerro" se mantuvo activo, se abrían paso para ver sus espectaculares erupciones nocturnas. Pero aún viven muchos testigos del desastre, que conservan dentro de sus pechos el quemante dolor de perder amigos, conocidos o incluso familiares, a causa del ígneo furor volcánico.

Recordar estos acontecimientos no es un simple pasatiempo periodístico o un homenaje tardío a las víctimas. Es una advertencia acerca de la tierra en que vivimos: un suelo vivo, vibrante y poderoso, tan lleno de maravillas como de amenazas. Es parte de lo que nos da nuestra identidad costarricense.

Lamentablemente, pareciera que esas advertencias caen cada vez más en corazones estériles y oídos sordos. Año tras año, nuestro país enfrenta inundaciones, tormentas tropicales, deslizamientos, y regularmente sobrevienen sismos y erupciones volcánicas. Las pérdidas en infraestructura son cuantiosas en cada ocasión, y a ellas hay que agregar las vidas humanas en juego. Pero los sucesivos gobiernos de los últimos años siguen demostrando que sus prioridades están en satisfacer los caprichos de algunas élites ociosas, más que en garantizarle a la población en general la seguridad de sus puentes, carreteras, edificaciones, servicios públicos e incluso el acceso a la alimentación.

En un artículo publicado hace unos 9 años, manifesté que la prevención de desastres "también es un aspecto de planificación económica". Ya entonces indiqué que, en un país "tan proclive a los sismos e inundaciones, no tomarlos en cuenta al elaborar las políticas económicas es una temeridad". Si esta observación era veraz hace casi una década, ¿cuánto más ahora, en un contexto de déficit fiscal que haría imposible recuperarse rápidamente de un desastre, y con un Gobierno al que poco parece importarle el crecimiento económico o la contención del gasto público, en su confeso empeño por obtener nuevos impuestos? La erupción del Arenal en 1968, como el terremoto de Cinchona en 2009 y el huracán Otto en 2016, demostró cuánto daño pueden sufrir la capacidad productiva y la competitividad del país como un todo, aún en zonas relativamente alejadas. ¿Y si tuviésemos un gran sismo en la zona central, o si alguno de los "cerros" de Desamparados, Alajuelita o Escazú resultara ser un volcán durmiente?

Si una lección debemos extraer de estas y otras tragedias, es que la negligencia es un lujo que nuestra República no puede darse. Y no se trata de "aparentar que algo se está haciendo", como parecen entenderlo nuestras últimas administraciones, sino de ser efectivos en la ejecución. En una emergencia no caben torpezas ni improvisaciones: es esencial una verdadera política pública de prevención, como sí existe en naciones como Japón, Chile y México, por ejemplo. Nadie desea un evento de esta clase, pero sus efectos pueden mitigarse con una preparación adecuada. ¿Lo entenderemos al fin, o tendremos que esperar al próximo terremoto, huracán o erupción para volver a decir lo mismo?

Robert F. Beers

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Jul. 25, 2018

Partido de Nicoya: Anexión sin Confusión

Al son de las infaltables marimbas, con el destello colorido de los característicos trajes, y con la usual presencia de las autoridades políticas, se conmemoran 194 años de una memorable decisión: dos de los tres ayuntamientos (o municipios, en la nomenclatura actual) que conformaban el denominado "Partido de Nicoya" resolvieron proclamar su incorporación a Costa Rica.

Desde los tiempos coloniales españoles y hasta esa fecha, este territorio se había manejado con relativa autonomía; sin embargo, por sus dimensiones y la escasez de población, resultaba inviable como entidad provincial o estatal separada. Ya se habían percatado de ello sus habitantes, al ser reunidos con Costa Rica a efecto de tener suficientes electores para designar un diputado ante las Cortes de Cádiz en 1812. Y una vez alcanzada la Independencia, al conformarse la efímera Federación Centroamericana, las autoridades costarricenses enviaron a los ayuntamientos de Nicoya, Santa Cruz y Guanacaste (hoy Liberia) una invitación a incorporarse en definitiva al naciente Estado de Costa Rica. La decisión de responder afirmativamente, adoptada por Nicoya y Santa Cruz, es lo que se conoce desde 1848 como "la Anexión", término con el que se denomina este hecho en documentos oficiales, himnos e incluso el Hospital de Nicoya. Valga el párrafo para aclarar, además, que Bagaces, Tilarán, Cañas y Abangares siempre fueron territorio costarricense.

Curiosamente, el ayuntamiento de Guanacaste no aceptó inicialmente ser incorporado a Costa Rica, aspecto que se zanjó con un decreto del Gobierno Federal de Centroamérica que así lo confirmó a inicios de 1825.

El recuento de los hechos, empero, carece de sentido si no se aprende nada de ellos. Acumular datos y fechas en la mollera, no da para mucho más que el bien merecido escarnio que suele dirigirse a quienes, llegando a la notoriedad posando de sabelotodos, derrochando títulos y presumiendo de supuestos conocimientos, en la práctica demuestran carecer de ellos... y encima se dan el tupé de definir al "ignorante" como "todo aquel que no sea lamesuelas incondicional de la agenda del poder de turno".

Lo que se debe rescatar no es el hecho, ni mucho menos su nomenclatura. Es algo mucho más profundo e inmaterial: el Espíritu de la Anexión.

¿Cuál es ese espíritu? Lo veremos enseguida:

1) De la Patria por nuestra voluntad: desde su mismo nacimiento, el Estado costarricense se fundó en un profundo respeto por los valores, principios y anhelos de sus habitantes. Sin este compromiso eterno, tanto el Partido de Nicoya como la incipiente Costa Rica habrían perdido la oportunidad de sumarse para crecer juntos. No cabe, ni hoy ni nunca, quebrantar ese respeto ni valerse del poder público para lesionar el interés general, pretendiendo sustituir esos valores esenciales por las agendas momentáneas de élites decadentes y desapegadas de su Patria o al servicio de intereses foráneos.

2) Identidad nacional: la incorporación de la bajura nicoyana sumó al país mucho más que miles de kilómetros cuadrados, playas celestiales o productivas haciendas. La mayor riqueza de los nuevos territorios estaba (y sigue estando) en su gente, su pasión por el trabajo duro y su tenacidad, y en el inigualable acervo folclórico que iba a aportar a la nación costarricense, de la que pasó a ser símbolo. El folclor bajureño se convirtió en parte indispensable de la identidad costarricense, y contribuyó a fortalecerla a tal punto, que las tentativas que hoy se hacen por diluir esta identidad son una afrenta directa a los valerosos guanacastecos.

3) Determinación y carácter: Al aceptar la invitación de las autoridades costarricenses, los habitantes de Nicoya y Santa Cruz sabían que no se trataba de una decisión oportunista o coyuntural. Estuvieron dispuestos a hacer valer su decisión frente a quien fuera. Y así lo hicieron en muchos momentos de nuestra historia, hombro a hombro con los demás costarricenses, que repelieron reiteradas invasiones desde el exterior (las dos batallas de la Hacienda Santa Rosa, en 1856 y 1955, son fieles testimonios de ese carácter).

¿Nos hará falta echar mano de esa misma determinación y carácter para hacer renacer nuestro vigor como nación? Mientras vemos hoy el lamentable estado de descomposición social y política que embarga a nuestra amada nación, hoy vale recordar cuánto hemos retrocedido. Y, sobre todo, cuánta falta nos hace para la restauración de nuestro decaído país, retomar tanto "el alma de Iberia" como el "altivo valor chorotega".

Robert F. Beers

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Jul. 15, 2018

Siete lecciones del Mundial

Con la coronación de Francia como bicampeón en Moscú, ha caído el telón del evento futbolístico por excelencia. Para la memoria deportiva de la Humanidad quedaron registrados numerosos momentos: chispazos de genio, torpezas monumentales, victorias dramáticas, acrobacias inverosímiles, fuerza primitiva o tecnología de avanzada, todo al servicio de un juego.

Y como suele pasar en todos los acontecimientos humanos, también en las canchas de Rusia se han comprobado empíricamente —una vez más— muchos principios y verdades inmutables, que día a día se afirman a pesar de los absurdos y los malabarismos semánticos tan de moda en nuestros días. Repasaremos a continuación siete de estas lecciones para la vida:

 

1. La llave del verdadero éxito es jugar para el equipo

Al iniciar el Mundial, las portadas de las revistas deportivas de todo el globo intentaban pronosticar cuál sería el jugador estrella del torneo. Pero en ninguna de sus predicciones aparecía Luka Modric. Tampoco Eden Hazard. Ni Antoine Griezmann.

¿Por qué nadie pensaba en ellos? Probablemente porque el foco mediático estaba en otra parte: en el logro individual, en la inacabable disputa sobre si tal o cual súper astro demostraría ser el mejor de su época. Mientras que un Modric estaba, sin hacer mucho ruido, cumpliendo en la selección de Croacia el mismo papel que en el Real Madrid: sirviendo. Luchando por cada balón, creando oportunidades, dando el pase calculado al compañero mejor ubicado. Un Hazard estaba alimentando de pelotas certeras a la despiadada delantera belga. Un Griezmann renunciaba a su reputación de goleador para trasladarse a la media cancha y deslizar un letal pase filtrado o una corrida imparable.

Todos ellos comprendieron, ya sea a través de sus productivas carreras, o bien bajo la presión del propio Mundial, que la clave del éxito es el servicio. Sus talentos fueron puestos a disposición del equipo, con la mirada puesta en la Copa y no en ser el Balón de Oro —fórmula que por lo general resulta en disputar ambos, como bien lo demostró el merecido premio a Modric—. Son buenos ejemplos de que la mejor forma de brillar es haciendo que los demás brillen.

 

2. La llave del fracaso es esperar que el equipo juegue para uno

El contraste no puede ser mayor entre estos jugadores que hemos analizado, y los que monopolizaban las portadas de esas mismas revistas. Claramente, de algunos se esperaba que salieran de Rusia convertidos en semidioses… pero acabaron transformados en simples mortales.

Los fanáticos del argentino Lionel Messi tendrán aún más dificultad para sostener su proclama sobre “el mejor jugador de todos los tiempos”. No solamente por haber anotado en cuatro partidos la misma cantidad de goles que el tico Kendall Waston en noventa minutos… sino porque su selección pereció sin acercarse siquiera a la ansiada Copa. Los insólitos talentos de Messi están más allá de cualquier cuestionamiento, pero simplemente no le alcanzan para sustituir al conjunto. Puede decirse que Messi nunca jugó para Argentina, sino que Argentina siempre jugó para Messi. Y así las enormes expectativas de los sudamericanos se quedaron frustradas una vez más.

Lo mismo vale decir del portugués Cristiano Ronaldo. Aunque individualmente redondeó su mejor actuación, anotando 4 goles en la fase de grupos, es claro que la selección de Portugal no cuenta con el nivel para sostener a semejante figura. El temprano éxito del jugador sin duda se debió más a su fiera competitividad personal que a la capacidad de su cuadro para generar el juego necesario. Y aunque Portugal cumplió con sobrepasar la fase de grupos, quedó en evidencia que no estaba para mucho más… y acaso habría sido eliminado por Irán de no haber contado con un astro del calibre de Cristiano. También Portugal jugó para su estrella, en vez de lograr que su estrella jugara para Portugal.

¿Y Neymar en Brasil? La misma conclusión… aunque lo que cabe agregarle a este caso particular merecerá párrafo aparte.

 

3. Sobreestimarse uno mismo conduce al fracaso

El espectacular campeonato de la selección de Croacia —auténtica campeona sin corona— será recordado por muchos motivos. Pero no por el desempeño de Nikola Kalinic.

Las credenciales de este delantero le garantizaron un cupo en la escuadra; pero una simple convocatoria no pareció bastarle. Y en cuanto resultó evidente que el técnico Zlatko Dalic no tenía planes de incluirlo como titular, Kalinic dejó de luchar. En vez de esforzarse para persuadirlo de que merecía una oportunidad, comenzó a quejarse de supuestas molestias en la espalda que le sirvieron de pretexto para no jugar en los encuentros de fogueo ni participar en los entrenamientos. Y al iniciar el Mundial, cuando se le instruyó a ingresar para los cinco minutos finales del juego contra Nigeria en reemplazo del agotado Mario Mandzukic, Kalinic nuevamente apeló a las excusas y se negó a entrar. Claramente no tenía la menor intención de “rebajarse” a ser suplente o siquiera a obedecer instrucciones para ayudar al equipo.

¿En qué terminó la soberbia de Kalinic? En que Dalic, habiendo consultado con el capitán Modric y otros líderes del equipo, resolvió que su presencia acabaría por intoxicar el camerino… y que lo mejor era mandarlo para la casa de una vez.

Una verdadera llamada de atención para aquellos que, pululando hoy en redes sociales y otros espacios, parecen creer que el mundo les debe el “éxito” debido a su intelecto, sus tendencias políticas o su buen aspecto… pero que en vez de buscar cómo demostrarlo, se dedican únicamente a ser una carga tóxica para quienes sí quieren luchar por sus valores e ideales, e incluso a tratar de disminuirlos mediante cobardes insultos y burlas soeces. Por ese camino, su destino ya está escrito: acompañar a Kalinic hacia un pronto olvido.

 

4. La inseguridad es una profecía autocumplida

La cuarta lección nos la enseñó nuestra propia escuadra costarricense. Después de crear una leyenda en Brasil 2014, el talento y el coraje de esta generación de jugadores estaba ya fuera de toda discusión. Lo que Costa Rica llevó a Rusia cuatro años más tarde era en esencia el mismo grupo, más unos cuantos agregados. Quizás las condiciones físicas de varios integrantes no fueran las mismas; pero sin duda el bagaje de experiencia en las ligas más exigentes del mundo debía compensar esas carencias. Y ciertamente, si la base del equipo continuaba jugando en esas ligas, no cabía el argumento de que su rendimiento fuese inferior.

¿Qué sucedió, entonces? La solidez, la valentía y la determinación demostradas en Brasil, se trocaron en una repentina timidez, surgida desde el banquillo con planteamientos medrosos y timoratos, en apariencia más pensados para “no perder por goleada” que para atreverse a tumbar gigantes como antaño. En otras palabras, en la mente de la Selección Nacional se metieron de nuevo las dudas y la inseguridad.

Y la inseguridad, como se vio, es una profecía autocumplida. Producto de esa actitud temerosa, los miedos se cumplieron: una derrota ante el rival más accesible selló de entrada el pobre desempeño de la Tricolor. De poco sirvió una presentación ligeramente mejor ante Brasil —que sufrió más por sus propias carencias que por las virtudes ticas—. Sólo ante Suiza se mostró un resabio de la valentía pasada, pero ya era demasiado tarde. ¿La enseñanza? Atreverse no asegura el éxito, pero no hacerlo asegura el fracaso.

 

5. La inconstancia disipa el éxito

La selección de México tuvo posiblemente el arranque que siempre habían soñado: derrotar convincentemente a la poderosa Alemania, y mejorar aún más para vencer a Corea del Sur. ¿Y dónde terminaron? En el punto de costumbre: eliminados en octavos de final.

¿Qué sucedió? Cuando el éxito parece llegar demasiado rápido, a veces falta la frialdad mental para no dejarse arrastrar por él. Es muy posible que los mexicanos se vieran a sí mismos como candidatos a las profundidades del Mundial, o incluso al título, luego de su primer triunfo. Y no cabía duda de que la ruta era relativamente sencilla… si al menos concretaban la posibilidad de ganar el grupo que tenían a mano, y evitar así jugar contra Brasil. Sin embargo, les bastó un segundo tiempo de horror frente a la ordenada Suecia, para que su sueño se volviera pesadilla. Así, el espejismo de éxito obtenido ante los teutones se diluyó en una anécdota, habida cuenta de que en el gran panorama México no cumplió su verdadera meta, la de llegar más allá de los octavos.

 

6. Fingir y manipular no atraen el éxito, pero sí el desprecio

Las simulaciones, las exageraciones y las tentativas de manipular decisiones no son ninguna novedad en el deporte —ni en ninguna disciplina humana, valga agregar—. Pero gracias a este torneo, estas prácticas han quedado en evidencia, gracias al abuso que de ellas hizo el “astro” brasileño Neymar.

Ya desde el partido contra Costa Rica resultó evidente que a Neymar no le interesaba la honestidad ni el espíritu competitivo, sino únicamente victimizarse, engañar, perjudicar a sus adversarios y ganar ventaja de la forma que fuera. ¡Hasta un falso penal logró que le pitaran (corregido únicamente por la utilización del videoarbitraje)!

Y el circo de Neymar no terminó allí. Contra Serbia, la misma historia. Y contra México en octavos de final, ni para qué... Muy pronto, el 10 de Brasil estuvo en todas las pantallas de televisión e Internet del mundo… pero no por sus dotes como futbolista, sino por sus ridículas e improductivas exageraciones.

Por supuesto, Brasil no pasó de los cuartos de final. Pero dejó en las nuevas generaciones la sensación de que su famosa “magia” se reduce a rodar por tierra, fingirse muy lastimados, y entre gritos reclamar que se castigue al oponente. Así, por supuesto, no se obtienen títulos mundiales, pero tampoco muchos admiradores. Al contrario, es difícil encontrar hoy a alguien que manifieste un gran respeto por los “deportistas” que apelan a una táctica tan cobarde. El menosprecio es casi unánime (aunque hasta el momento no hay noticia de que le hayan retirado patrocinios).

¿Será posible que aprendan esta lección algunos grupos que demuestran un gran gusto por simularse ofendidísimos o lastimados, y aprovechan cada coyuntura para rodar por tierra, pegar gritos y reclamar que se piten penales o expulsiones contra cualquiera que los “ofenda”?

 

7. El carácter, el orden y la disciplina tarde o temprano dan fruto

Cada Mundial, finalmente, termina por enseñarnos que los equipos que llegan lejos no siempre son los de más talento o los de sistemas más revolucionarios, sino aquellos que demuestran más temple y carácter. Casi siempre el resultado respalda a los equipos con solidez mental, orden y disciplina, las cualidades que terminan permitiendo a equipos menospreciados sorprender, y en cuya ausencia grandes campeones se desmoronan.

El caso más notable en esta Copa fue, sin duda, el cuadro de Japón. Con un planteamiento ordenado y un juego asombrosamente limpio, no sólo fue capaz de superar a la temible Colombia, sino de meterse en la segunda fase por delante de Senegal… gracias a tener menos tarjetas amarillas que los africanos. ¿Quién dijo que la disciplina, el honor y el respeto a las reglas no servían de nada?

Los nipones, además, dejaron una huella ejemplar gracias a la conducta de sus aficionados, capaces de eliminar la basura de las graderías por iniciativa propia: un gesto tan asombroso, que fue imitado casi de inmediato por la hinchada senegalesa.

Por añadidura, la escuadra japonesa estuvo, a punta de orden y esfuerzo, a pocos minutos de lograr lo que habría sido la hazaña más resonante del Mundial: eliminar a Bélgica —otro equipo, dicho sea de paso, que supo equilibrar el talento individual con la disciplina táctica—.

Podríamos seguir extrayendo lecciones para nuestra vida personal y profesional de lo que translució en las canchas rusas durante estas últimas semanas. Pero la gran utilidad de hacerlo es siempre la de aplicarlas, perfeccionarlas y convertirlas en hábitos. El camino del éxito no es fácil, pero sí transitable.

Robert F. Beers

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Jun. 4, 2018

La Constitución y los Pañales

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