Apr. 20, 2016

La Costa Rica del Romboide

Desde la escuela se nos enseña que la forma física de Costa Rica recuerda vagamente la de un trapecio, con la base menor en el litoral Caribe y la base mayor en el Pacífico. Sin embargo, un observador agudo de la realidad podría determinar algo distinto: lo que se considera "Costa Rica" es una especie de pequeño romboide. Esto, por supuesto, amerita una explicación.

En un artículo de mi autoría denominado “Desigualdad geográfica”, publicado por La Nación en diciembre de 2007, resumí la impresión que me dejaban los datos del Atlas de Desarrollo Humano Cantonal del PNUD y en el Informe del Estado de la Nación en una frase: “Pareciera que quienes elaboran las políticas de distribución de la riqueza suponen que Costa Rica empieza en Ciudad Quesada y termina en San Isidro de Pérez Zeledón”. Si uno ubica los otros vértices en San Ramón y en Turrialba, resulta bastante fácil determinar sobre un mapa cuál es la “Costa Rica romboide” hacia la que van dirigidas casi todas las iniciativas de desarrollo, públicas y privadas por igual.

En estos días, al recorrer nuevamente la Zona Sur del país, he tenido que comprobar con bastante pesar que después de 9 años, y a pesar de ciertos progresos, se mantiene vigente esta geométrica conclusión.

Para ser justos, hablemos primero de los progresos. Es verdad que —al menos en la década transcurrida desde aquella publicación— los últimos tres gobiernos han hecho algún esfuerzo por revertir esta marcada desigualdad. En esta región, como en casi todas, hay todavía signos visibles de la presencia del Estado costarricense. En las cabeceras de cantón, y en diversos centros poblados, existe cierto acceso a los servicios más básicos, se ven escuelas públicas, alguna presencia de la policía y de la administración de justicia, además de la ocasional obra de infraestructura (por lo general la pavimentación de alguna carretera o la reparación de un puente). La red vial demuestra una notable recuperación, a pesar de los azotes climáticos y sísmicos. Incluso hay una presencia, aunque tímida, de instituciones de educación superior, tanto públicas como privadas. Sin embargo, y a pesar de lo anterior, el rezago socioeconómico sigue incrementándose más y más… y pareciera ser apenas el síntoma visible de un fenómeno más preocupante.

Como de costumbre, no toda la responsabilidad debe recaer sobre las autoridades civiles y políticas. En nuestra publicación anterior —y como lo planteó acertadamente la estudiante Evelyn Poveda en su resonante arenga del 11 de abril— recalcamos que hay otras agrupaciones humanas (llámense “poderes fácticos”, “grupos de presión”, “sociedad civil” o así por el estilo), que ejercen sin ningún contrapeso un poder igual o incluso mayor que el de las autoridades legalmente constituidas. Dicha influencia tiene características muy peculiares: no se adquiere por vías democráticas, no es equitativa, no es transparente, no rinde cuentas, no está sujeta al interés general… y sin embargo solo puede florecer en el marco de un régimen democrático y respetuoso de las libertades individuales, es decir, un sistema republicano. Estos “poderes fácticos” se vuelven aún más fuertes cuando se debilita el poder político: por eso mismo han ganado un terreno enorme en Costa Rica (obsérvese el invariable tono despectivo de los medios de comunicación hacia los órganos de naturaleza política, como el Gobierno, la Asamblea y los partidos). Esto apareja un problema: estos “poderes” también parecen pensar que Costa Rica va de Ciudad Quesada a San Isidro de Pérez Zeledón y de San Ramón a Turrialba. O incluso menos.

En estos días, por ejemplo, Paso Canoas (en el cantón de Corredores) vino a ser noticia por los cientos de migrantes africanos indocumentados que, atrapados entre Costa Rica y Panamá, subsisten bajo una serie de toldos improvisados y se alimentan de la caridad de los lugareños. Sin duda una situación desesperada, que demanda un enfoque equilibrado entre los deberes de un Estado y las consideraciones humanitarias. Y sin embargo, los grandes medios de comunicación que hoy nos presentan en vivo el doloroso drama de los migrantes, no se han atrevido a mencionar que los cantones fronterizos con Panamá (Talamanca, Coto Brus, Corredores y Golfito) o con Nicaragua (La Cruz, Upala, Los Chiles, Sarapiquí) ostentan casualmente los peores índices de desarrollo humano en todo el país. Es decir, que en esos territorios varios miles de compatriotas nuestros llevan años habitando en condiciones horriblemente similares a las de nuestros “huéspedes” africanos: bajo un techo precario y sin tener asegurado el sustento de sus familias. Ha trascendido la escasez de alimentos en el Alto Telire, en las profundidades de la cordillera de Talamanca, del lado de la provincia de Limón (donde también en un poblado indígena pasaron los niños medio año sin recibir clases por falta de maestro); y sin embargo, no hay una mención de esto en los grandes medios de comunicación, a los que aparenta importar más la situación migratoria de las mascotas de Johnny Depp en Australia.

No es el único caso sobre el que se guarda un indiferente silencio. En Guanacaste la acción combinada de El Niño y el hombre (¿y la mujer?) ha ido produciendo daños serios en la cuenca del río Tempisque y sus afluentes, cuyos caudales se han venido reduciendo a un ritmo alarmante. Es indudable el efecto catastrófico que esta sequía ha tenido ya para los habitantes de la bajura, sin hablar de la afectación a los ecosistemas y el consiguiente riesgo para la industria turística. ¿Qué se ha oído de esto en la prensa? Bastante poco, en términos generales, y ni una palabra sobre el ingrediente humano.

¿Y el hostigamiento armado que sufre la reserva indígena de Cabagra, en el cantón de Buenos Aires? Probablemente es la primera vez que muchos de mis lectores se enteren de él; pero desde hace meses se han producido ataques violentos a raíz de una disputa por tierras, con saldo de heridos y golpeados. Tampoco esto es noticia, a pesar de la rara afición de algunas televisoras y periódicos a los incidentes sangrientos. A veces queda la impresión de que, para que un hecho de estos sea noticia en Costa Rica, debe tratarse de una masacre horripilante o la víctima tiene que ser originaria del “romboide”.

Hasta aquí hemos aludido a los medios de información por ser posiblemente los exponentes más visibles de la visión “romboidal” que tienen de Costa Rica los “poderes fácticos”. Pero la situación no se distinguiría mucho si en cambio eligiésemos al sector empresarial. Es insólito que se establezcan empresas de importancia fuera del “romboide”, a no ser que se trate de la actividad portuaria (confinada a Caldera y Moín), monocultivos (piña, banano, palma, arroz) o servicios turísticos. Igual podría decirse de otras formas de “poder fáctico” atrincheradas casi exclusivamente en el “romboide”, como las organizaciones sindicales, estudiantiles, feministas y demás (valga decir que solo escapa de este diagnóstico la religión institucionalizada, que mantiene mayor influencia social fuera del “romboide” que dentro de él).

Lo curioso es que un buen sector de estos “poderes fácticos” mantiene una campaña casi permanente invitando al Estado a replegarse, a reducir a la mínima expresión sus actividades y a trasladar a otras manos cuantas funciones sean posibles. Sería bueno preguntarse si esta invitación es bienintencionada y se inspira en un deseo de cuidar las finanzas públicas (prudencia por demás necesaria por razones éticas y prácticas)… o si detrás de ella se encuentra la ecuación que comentábamos párrafos atrás: entre menos poder tengan las instituciones políticas, más poder quedará en manos de los “grupos de presión”. No hay vacíos en el poder; si las instituciones se retiran, algo o alguien tomará su lugar. ¿A quién beneficia una debilitación del Estado?

Esta corriente, llevada al extremo, puede conducir a situaciones absurdas y peligrosas. Suele decirse que hay tres elementos indispensables para que pueda hablarse de un Estado funcional: 1) el territorio, 2) la población, y 3) el poder político, o lo que se ha dado en llamar “el imperio de la ley”. Cuando el poder político no detenta la soberanía sobre un sector del territorio o no alcanza a la totalidad de la población, se habla de un “Estado fallido”. Sin ir muy lejos, esta es una descripción que se ajusta bastante bien a la actual situación de países como Guatemala y México, donde el Estado “oficial” solo detenta un relativo poder en la capital y en algunos centros urbanos, mientras existen vastas extensiones donde la influencia real la ejercen otros actores (ej. guerrillas, carteles de narcotráfico, maras y pandillas, etc.), a menudo en directa oposición con el poder político “legítimo”.

La pregunta obligatoria: los “poderes fácticos” entronizados en la Costa Rica del romboide, ¿se sentirían más seguros si esta situación se diese? ¿O es necesario matizar ese llamado a la reducción precipitada del Estado, para impedir la entrega del litoral Caribe o de la Zona Sur a la incesante infiltración del narcotráfico?

Costa Rica va de Peñas Blancas a Paso Canoas, del río Sixaola al río San Juan, de la Isla del Coco a la Isla Calero. Y del Mar Caribe a los adentros del Océano Pacífico. No nos conformemos con menos.

Robert F. Beers

Apr. 14, 2016

El día que Costa Rica encontró su "Sinsajo"

Todo incendio inicia con una chispa”, rezaba uno de los lemas que publicitaba la saga literaria (y cinematográfica) titulada Los Juegos del Hambre, creada por la autora estadounidense Suzanne Collins. Narración futurista de ribetes desoladores, que alcanzó gran popularidad en los últimos años, hay quienes la consideran como una parábola contemporánea sobre la manipulación mediática y la trivialización de la crueldad. La heroína de la historia, sin embargo, es una huraña jovencita de origen modesto, cuyo espíritu indomable la convierte —sin haberlo buscado nunca— en un símbolo de esperanza, representado en la figura casi mitológica de un ave llamada “Sinsajo”.

Nuestra realidad, sin llegar ni remotamente cerca del panorama tétrico trazado por Collins en sus novelas, no está exenta de dificultades y obstáculos, que llenan de rabia, frustración y desaliento a buena parte de la población. Sin embargo, este 12 de abril saltó una chispa que “incendió” a la opinión pública, para dejar clarísimo que el malestar ciudadano no se limita exclusivamente a la esfera política (el tradicional pararrayos de toda frustración, justa o no). Hay otras personas y grupos que ejercen un poder igual —o acaso mayor, dada la ausencia de contrapesos— al de las autoridades civiles y políticas sobre los asuntos que nos afectan a todos; y para un sector nada despreciable de costarricenses, convencido de que el uso de esa influencia no ha sido el más apropiado, llegó el momento de exigir cuentas.

¿Dónde y cuándo comenzó este “incendio”? Nada menos que el 11 de abril, a los pies de Juan Santamaría y nutrido por las llamas de su heroica tea. ¿Y la chispa que lo originó? Saltó de los labios de una jovencita con temple de acero, que en menos de 6 minutos atrapó el espíritu de muchos reclamos de un país, y lo plasmó en palabras.

Al principio no fue muy notorio el rescoldo, claro está. Los medios de información tradicionales, para variar, lo ignoraron. ¿Qué importancia podía tener una chiquilla a la que habían dado un espacio de relleno en un acto cívico? Debía ser más urgente encontrar la manera de distorsionar lo dicho por algún actor político, o de promover sutilmente alguna inconfesable agenda propia.

La chispa, sin embargo, ya había saltado. Y para la mañana del 12 de abril, el “incendio” causado por la audacia de Evelyn Poveda ardía en miles de corazones patrióticos, mientras que los medios —desbordados por la espontánea marejada de simpatía hacia la pequeña oradora— se veían inesperadamente retratados como los “filibusteros” de esta temporada. Y, quizás sin haberlo previsto, su estampa desenvuelta y firme se convirtió —con la feroz rapidez de la era de Internet— en un símbolo, una inspiración para iniciar una batalla contra la desidia y la mediocridad, y para llamar a cuentas a los promotores de la decadencia. Así descubría Costa Rica su propio “Sinsajo”.

Abrumados por la avalancha surgida desde las redes, a los medios no les quedó más salida que transigir con la realidad: el “incendio” era real, voraz, intenso. Primero los periódicos digitales como CRHoy, luego La Nación, y más tarde la entrevista de Repretel. Hoy 13 de abril, también las portadas de La Teja y el Diario Extra se engalanaban con la silueta de Evelyn Poveda, y hasta Teletica tuvo que inclinarse, otorgándole a regañadientes una entrevista a la muchacha en la edición matutina. A esas alturas, semejante mea culpa era necesario, aunque fuese por rescatar la maltrecha credibilidad. Después de tantos meses golpeando sistemáticamente a las instituciones más esenciales de nuestra sociedad, “relanzando” programas para hacerlos menos útiles y más faranduleros, brindando publicidad gratuita a precandidatos de reciclaje o dando tribuna, también gratuita, a una propagandista de la vulgaridad y el consumo de drogas, todo por seguir modas o tendencias importadas, debía serles extremadamente difícil encontrar argumentos para desvirtuar el cargo de filibusterismo mediático, o para asumir la usual pose de “paladines del pueblo”.

Todo incendio inicia con una chispa”. Juan Santamaría empuñó la tea y espantó al invasor. A sus pies Evelyn Poveda empuñó el micrófono como tea e inició una nueva hoguera.  

La pregunta obligada: ¿qué sigue después? La respuesta, aunque suene trillada, no es por eso menos cierta: lo decidimos nosotros.

Está en nuestras manos, como ciudadanos de una Costa Rica que despierta a su realidad, decidir si la llamada de Evelyn Poveda es el principio de un movimiento duradero para limpiar y construir Patria, o si dejamos que sea el proverbial “escándalo de tres días”. Está en nosotros decidir si optamos por la cómoda mediocridad, o si resolvemos tomar en serio el llamado y asumir cada cual su deber. Nos toca definir si continuamos siendo cómplices callados del filibusterismo o si echamos mano de la tea fulgurante, le damos fuego a la desidia y nos convertimos en factores de un éxito nacional.

A Evelyn, sin embargo, no la abrumemos con una responsabilidad que no está obligada a asumir. No es tarea fácil convertirse en un “Sinsajo” e inspirar a una nación.

Robert F. Beers

https://www.youtube.com/watch?v=F-PBmrijfU4

Apr. 12, 2016

Elecciones en Perú, 10 de abril de 2016

Con el 91,7% de las juntas electorales contabilizadas, la candidata Keiko Fujimori (PFP, Partido Fuerza Popular) y el aspirante Pedro Pablo Kuczynski (PPK, Peruanos Por el Kambio) se perfilan hacia una segunda ronda. Fujimori obtiene el 39,5% de los votos frente al 21,3% de Kuczynski. La segunda ronda se realizará el 5 de junio próximo.

Apr. 11, 2016

"... vieron al intrépido soldado vacilar y caer sobre la acera, acribillado por el plomo enemigo"...

Carlos Gagini, "El Erizo", Capítulo VII.

Apr. 9, 2016

Un golpe a nuestro "pequeño Universo"

Soy viajero frecuente del tren.

Como muchos otros, empecé a utilizarlo por razones prácticas: de los medios de transporte disponibles en la Gran Área Metropolitana, es el único que puede sacar ventaja de las exiguas distancias que separan un poblado de otro, sin que estas se vean negadas por la insoportable congestión de las carreteras. Después de todo, la posibilidad de salir de San José a las 5 y media de la tarde y durar apenas 25 minutos para llegar a San Antonio de Belén no es nada despreciable para alguien que le da al tiempo su justo valor.

En breve comencé a descubrir, sin embargo, la curiosa fascinación de avanzar sobre rieles. Viajar en tren es una experiencia peculiar, muy distante de la prosaica monotonía de un carro o del tortuoso vaivén de un autobús. El tren es a la vez progresista y nostálgico; tiene algo de romántico y algo de aventurero. Quien sube a un tren, sube a un “pequeño Universo” ruidoso y humeante, que parece respirar y agitarse con vida y personalidad propias.

(Sin duda esta percepción debe haber impulsado al escritor británico Wilbert Awdry a crear para su pequeño hijo los Relatos Ferroviarios, origen de la serie infantil El Tren Thomas y sus Amigos).

En nuestro país, por añadidura, el tren posee la improbable connotación de ser una cápsula del tiempo, una conexión viva con nuestra historia. No solo se admira uno de que los gobiernos del siglo 19 construyeran lo que los del 20 y 21 no son capaces de mantener o administrar… sino que de pronto se le ocurre que quizás es la tercera o cuarta generación que viaja en el mismo vagón.

Y un viajero frecuente, si sube siempre a la misma hora, acaba por acostumbrarse a ver ciertas caras. Hay algo de estabilidad y de constancia que no sucede en los automóviles, donde conductor casi siempre va solo, ni en los autobuses, impersonales y sofocantes, cuyo trayecto a empujones por las calles locales se hace aún más interminable si lo sazona el gusto musical del chofer.

Por eso impacta tanto el suceso de esta mañana. Porque la centena de heridos no es simplemente “una estadística” (parafraseando la sentencia de Kurt Tuchowski que algunos atribuyen erróneamente a Stalin). Son las caras que uno está acostumbrado a ver. Es el maquinista que a diario te saluda al abordar; es el jovial cobrador de camiseta roja; es la señora que va para su trabajo, o la sagaz ejecutiva de semblante optimista, o el muchacho de anteojos que se dirige a la U, o la joven madre soltera que lleva a su hijo a entrenar en fútbol. Son los rostros que normalmente se tienen alrededor… pero que hoy, por obra y gracia de una prensa menos interesada en informar que en atizar alarmas y hacer quedar mal a las autoridades, tuvimos que ver ensangrentados, contorsionándose del dolor, retirados en ambulancias o envueltos en vendas. Nuestro “pequeño Universo” sufrió hoy un duro y doloroso golpe, que nos encoge el alma y nos hace padecer junto a los heridos y lesionados.

Y ante este panorama, aquí va otra pregunta irónica: los diputados que hoy se rasgaron las vestiduras por el suceso, ¿son los mismos que tienen empantanado el proyecto de fortalecimiento del INCOFER? ¿Tendrán interés ahora en dotar de recursos frescos a la institución y en capacitar a su personal para evitar errores catastróficos, o están dándole tiempo a que esta y sus venerables máquinas se desarmen a pedazos con todo y pasajeros?