May. 11, 2017

Un Sueño...

Robert F. Beers

Sudorosa y agitada, con el corazón rebotándole dentro del pecho, Ariana Cortés se incorporó con brusquedad, hasta quedar sentada sobre su cama. Aún estaba oscuro.

Dios… ¡fue tan real!”, la mano sobre el pecho intentaba aplacar los violentos latidos. Sentía sobre el cuello la humedad de su cabello suelto y entrecano. Volteó su rostro hacia la ventana donde asomaba la tímida aurora. Y al poner la mano sobre la cortina, creyó Ariana escuchar una vez más la voz desenfrenada de su tía, ordenándole que se alejara de la ventana y se tirara al suelo. Como aquella mañana, tan lejana y tan cercana a la vez, en que los soldados del tirano Tinoco rodeasen la casa de su vecino, derribando la puerta a puntapiés…

En un instante lo vio y oyó todo de nuevo. El brillo macabro de los fusiles que la apuntaron a una cuando cometió el error de mirar demasiado tiempo un retén. El soberbio uniforme de káiser del general Joaquín Tinoco, encabezando a caballo una intimidante tropa por el corazón de San José. Los pasos furtivos de los uniformados que ocupaban las calles una de tantas noches, cuando habían suspendido una vez más las garantías constitucionales… La odiosa bota de los militarotes sin rostro, pisoteándola a ella misma y a otras compañeras suyas del Colegio Superior de Señoritas en el viejo kiosco del Parque Morazán, el día antes de que quemaran “La Información”. Los silbatos de los trenes llamando a filas porque había estallado una guerra contra Panamá… La portada del periódico con el listado de muertos y heridos del combate de El Jobo… ¿o había sido el de la emboscada de Coto, dos años más tarde? El estruendo de los cañones disparados desde el Cuartel de la Artillería durante el sepelio del general… ¿o eran más bien durante el infame “Bellavistazo”, el fallido golpe de Estado de 1932? El tableteo de las ametralladoras que dispersaban por las calles capitalinas la manifestación a favor de León Cortés en 1944… ¿o era el de las ráfagas que habían silbado por encima de su cabeza en el Parque Nacional, mientras participaba en la concentración femenina durante la Huelga de Brazos Caídos? El hostil zumbar de un avión que en vuelo rasante intimidaba a la población durante la Guerra Civil de 1948… ¿o era el de los que acribillaban las calles durante la invasión de 1955, sombras implacables que se lanzaban en picada tras ella…?

La angustia y el terror se diluyeron en una larga y enmudecida exhalación. Jadeaba, con la cabellera en desorden, los ojos muy abiertos, los dedos rígidos y fríos aferrándose todavía a la cortina. Pero la borrasca mental iba amainando, y pronto advirtió Ariana los tintes plateados del amanecer, que comenzaban a colarse dentro de la habitación.

Fue tan real… pero ya pasó”… sus pensamientos se enredaban en sus labios. “Ya todo eso se terminó… quedó atrás… ¡nunca va a volver!

La tenue luz que iba llenando el cuarto le dibujó la silueta de la espaciosa cuna de madera donde, ajeno a aquel torbellino de recuerdos, dormía plácidamente su nieto, el pequeño Fernandito. Y entonces la mirada de Ariana fue recobrando, poco a poco, el brillo acerado y la expresión tierna que la habían caracterizado por sesenta años.

–No… ¡Nunca más va a volver! —articuló al fin, enjugándose los ojos con el camisón—. Y este precioso niño nunca va a tener que preocuparse por eso… o hasta llegue a pensar que eran puros cuentos de su abuela…

 

“Dichosa la madre costarricense, que sabe, al dar a luz, que su hijo nunca será soldado”.

Ryoichi Sasakawa