Apr. 27, 2021

Renacimiento Nacional

Millares de personas en Costa Rica se sienten—con toda razón—angustiadas por el rumbo (o mejor dicho, la falta de éste) que padece nuestra nación. A esos costarricenses les duele ser testigos de una decadencia sin precedentes. En su profundo patriotismo y enorme reserva moral, los atormenta sentirse impotentes para frenar este declive.

A los patriotas nos agravia ver en altas posiciones a una élite de novatos politiqueros sin respeto alguno por la identidad y la trayectoria costarricense, y decidida a convertir sus vicios y traumas en políticas de Estado, aunque el precio sea empobrecernos a todos económica, jurídica y éticamente. Nos ofende la indiferencia de los grupos económicamente más poderosos, los cuales guardan un cómplice silencio a cambio de alguna ventaja que altere a su favor las dinámicas naturales del libre mercado. Y nos irrita el derrumbe de la institucionalidad de nuestra República, la sustitución de las libertades por “permisos” que el Estado da y quita según su capricho, o la noción de que las entidades que se crearon para cuidar esas libertades sean las primeras en convertirse en instrumentos de su desplome, evadiendo una y otra vez la representación de la voluntad ciudadana.

Por mucho que quisiéramos ser optimistas, nuestra realidad no resulta muy alentadora. El elitismo, la irresponsabilidad, la corrupción y, sobre todo, la mentalidad entre cínica y totalitaria de los últimos Gobiernos, nos heredan un país más pobre, deprimido y sobre todo dividido. Los representantes locales de una agenda antipatriótica, determinada a acabar con todo tipo de identidades (nacionales, culturales, religiosas o incluso biológicas) han hecho de las divisiones no sólo un pasatiempo, sino una verdadera forma de acaparar el poder. Y trágicamente, han demostrado poca capacidad y menos interés por atender los anhelos y las necesidades de una ciudadanía cada vez más “huérfana” en términos políticos.

Son cinco los temas que más inquietan a nuestra ciudadanía: 1) desempleo y tránsito hacia la pobreza, 2) rezago en infraestructura, 3) pérdida de libertades en nombre de intereses “colectivos”, 4) decadencia e ideologización educativa, 5) inseguridad pública, penetración de la corrupción y del crimen organizado. Todos ellos, sin embargo, se enmarcan como los indeseables resultados de implementar a ultranza una agenda ideológica elitista, enfocada en el hegemonismo cultural, cuyas prioridades andan lejos de las necesidades y anhelos de la ciudadanía: impuestos altos, aborto por la libre, fronteras abiertas, privilegios para colectivos favoritos, laicismo ideológico forzoso, sustitución de la República por un Mega-Estado con amplios poderes y pocos límites…

Lejos de premiar tan estrafalarias “prioridades”, debíamos ocuparnos de dar respuestas concretas a los apremios ciudadanos. Y no se trata solamente de respuestas coyunturales a un puñado de temas, sino de aquellas ideas y esperanzas que se construyen a partir de la coherencia y el pleno respeto a nuestra identidad y valores.

Necesitamos hablar, en primer lugar, de un renacimiento económico. Ya no basta con una “reactivación”, pues de la inactividad hemos pasado ya a una moribunda atrofia de nuestro sector productivo, ahogado por el puño de un Gobierno contradictorio y sin ruta. Nuestros emprendedores (y aquellos que quieran invertir en nuestro país) necesitan renacer, liberarse de las cadenas de un Estado que primero les estorba y luego les cobra por hacerlo, y poder realizar con agilidad sus actividades para beneficiar a la sociedad a través de su producción y de los empleos generados.

Necesitamos un renacimiento fiscal. Hay que marcar un alto definitivo a la medieval voracidad de un régimen empeñado en expoliar y empobrecer a la ciudadanía para patrocinarse a sí mismo. Si el nivel de gastos es ya insostenible, y el de impuestos es excesivo, es necesario reducir: no para crear artificialmente más desempleo, sino para aliviar la carga al ya desmenuzado sector productivo y lograr que para un emprendedor sea menos costoso y más deseable estar “a derecho” que operar en la informalidad.

También nos urge un renacimiento como República. Se trata de recordarle al Estado que su poder tiene límites escritos en la Constitución. Se trata de reimplantar el principio de un poder limitado y dividido, no concentrado en unos cuantos imberbes caprichosos. Se trata también de sacar al Estado de donde nunca debió haberse metido (ej. el derecho a la intimidad, la gestión de empresas, la ideologización "educativa", el privilegio de sectores específicos, el ahogamiento de las libertades individuales en nombre de una “seguridad colectiva” que sólo ellos definen) y enfocarlo en aquello para lo que en realidad existe (seguridad, representación política, administración de justicia, ejecución de obras públicas). Un Estado enfocado es más ágil, eficiente y menos propenso a la corrupción.

Y finalmente, nuestra nación demanda un renacimiento patriótico, ético y moral. Si una persona o partido político busca minimizar o ridiculizar derechos tan básicos como la vida o la libertad de conciencia, tengamos plena seguridad de que con ellos peligrarán también los demás derechos y libertades. Si también busca diluir nuestra identidad y alinearnos a punta de miedo y pobreza, o si tiene evidentes nexos con agendas oscuras o criminales, ningún costarricense digno debería tan siquiera considerar un voto a su favor.

Para la tarea que aguarda a nuestra Costa Rica, no bastan las fuerzas de un solo hombre o mujer. No hay en nuestra tierra magos, genios, superhéroes ni personajes de fantasía, sino tan sólo “ciudadanos”; pero la ciudadanía por sí misma es una preciosa dignidad y una valiosa herramienta para el titánico reto que debemos afrontar. Nos toca dar fin a la debacle, y poner en marcha el gran renacimiento nacional.

Robert F. Beers

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