Jul. 10, 2020

Cuando falla el Equilibrio

Las últimas dos apariciones públicas de Carlos Alvarado han sido simplemente espeluznantes. Y no sólo por lo que superficialmente revelan, sino por lo que permiten deducir.

En la conferencia del pasado miércoles, se mostró “indignadísimo” de que hubiese gente intentando sacar provecho de la pandemia para ganar puntaje político. El chiste se cuenta solo.

Podríamos llenar páginas enteras con las instancias en que el inquilino de Zapote ha querido autoexaltarse como el magno “superhéroe” que salvaría al país y al mundo (una pose que ya venía asumiendo cada vez que podía, desde mucho antes de que apareciera el COVID-19). Y señalar las múltiples veces en que quedó expuesto el deseo de incubar candidaturas desde las conferencias de prensa y reparar el minúsculo capital político que le dejaban la UPAD, el precio del tren eléctrico conyugal, la “sopa de impuestos”, los continuos escándalos y el desempleo. O incluso mencionar el mismo hecho de centralizar la información en Casa Presidencial y realizar más de 100 conferencias de prensa, una tras otra, para una “pasarela de jerarcas” cada mediodía, en vez de poner sencillamente un reporte oficial en tiempo real sobre el avance de los casos y la ocupación hospitalaria, como se hace en el resto de los países… Afortunadamente, no será tan necesario que lo repitamos ahora, pues ya se lo están reprochando hasta sus propios voceros de prensa, hasta hace poco aliados incondicionales y sumamente útiles para su agenda: Ignacio Santos, Amelia Rueda, Randall Rivera…

Ahora bien, es comprensible esa ficticia “indignación” de Alvarado. Dado que él y los de su especie piensan únicamente en términos de manipulación electoral (nunca han demostrado ser capaces de pensar en otra cosa), es natural que crean que todos los demás también lo hacemos; y por eso los vemos gritando en todas partes que fulano los critica o señala solamente porque tiene, o tuvo, o algún día tendrá, aspiraciones políticas. Claro, eso de tener o haber tenido aspiraciones es (según el PAC y sus repetidoras) el peor grado de maldad, mucho peor que mandar a matar niños, arrancarles plata a los pobres o estafar al Estado; y sólo gente tan inteligente y bondadosa como ellos puede hacerlo “sacrificándose” por la Patria. Los demás, por favor procedan a aplaudirles o en su defecto a callarse.

Lo que realmente debe escalofriarnos, empero, es la frescura con la que Alvarado y su séquito de colegiales intentan “normalizar” la idea de que es malo exigir cuentas al Gobierno o cuestionar sus decisiones. Aun cuando esas “decisiones” signifiquen actuar como si no hubiera una Constitución.

Ahora bien, si con la primera aparición de Alvarado quedaron tan claros la falta de equilibrio, el tinte totalitario y el ánimo de desconocer la Carta Magna que parecen inspirar su régimen, la segunda resultó aún más terrorífica. Nos anunciaron, con visible incomodidad, una cifra insólita de casos nuevos de COVID-19 para un solo día: casi 650. Un resultado que, por un lado, delata una capacidad hasta ahora desconocida en nuestro país para procesar un número altísimo de pruebas, pero que por otro lado, exhibe—en todo su maligno esplendor—la facilidad con la que la biología se impone a las fantasías políticas.

Ante semejante noticia (y la declaración de “transmisión comunitaria” que sólo hoy se atrevieron a admitir), todavía afloraba la altanería presidencial de no responder preguntas, o de evadirlas mediante torpes trabalenguas, mientras se atizan el miedo y la incertidumbre cuando más bien deberían imperar la calma y el equilibrio. Pero la improvisación y el cálculo político reinantes volvieron a quedar al descubierto con un hecho particular. Al igual que en las últimas semanas, el aumento brusco se ha producido jueves, pero el anuncio de las “medidas paliativas” queda reservado para el viernes. ¿Acaso los “expertos” no tienen contempladas de antemano las decisiones a tomar según evolucione la situación? ¿Tienen acaso que “ver qué hacen”? ¿O llega la cosa al grado de pensar en que el público “no se pierda nuestro próximo capítulo”?

Entre los muchos patriotas que todavía quedan en nuestro personal de salud y administración, las reflexiones deben haber sido muy distintas. Si observamos las cifras oficiales, encontraremos como un rasgo positivo que las hospitalizaciones aún no se hayan incrementado en la misma proporción que los casos descubiertos. Ahora bien, desde hace algunos días fuimos informados por el propio Gobierno sobre la inminencia de que se saturase nuestra capacidad instalada para atender el probable—y más aún, previsible sin necesidad de ser “epidemiólogos”—incremento en dichas hospitalizaciones. Esto pone en entredicho las decisiones que tomó el Ejecutivo al inicio de estos largos 100 días.

¿Por qué razón? Apenas llevábamos unos 6 casos cuando el Gobierno pasó de la inacción a lo drástico. Después de negarse por buen rato a cerrar fronteras para “no parecer xenofóbicos” y de resistirse a suspender el curso lectivo, pasó de pronto a cerrar todos los negocios, empresas e instituciones durante varias semanas, y a prometer precipitadamente ayudas económicas (que luego no supo cómo administrar). En ese mismo lapso, agotó con rapidez el arsenal de medidas y posibilidades que le ofrecían la ley y las finanzas públicas—martirizadas por su propio partido desde hace años—. Y anunció que se iban a adquirir a toda marcha equipos e implementos para resistir el embate que vendría. Es decir, si con 6 casos se ordenó una costosísima cuarentena general, la única lógica posible era que el sistema de salud pretendiese “ganar tiempo” a fin de prepararse para el incremento que tarde o temprano iba a darse. Sólo así tenía sentido el sacrificio económico, físico y mental que se exigía a la ciudadanía.

¿Y qué sucedió? Lo de Zapote se convirtió en una “plaza pública” cotidiana, se comenzó a atizar la desconfianza y el recelo entre ciudadanos, se fue implantando una “cultura del espionaje” que no se había visto aquí desde hace un siglo, y se dio paso al cálculo político, a la creación de “enemigos” y “chivos expiatorios”: los ciclistas, las embarazadas, los camioneros, los vecinos… en fin, alguien que tuviese la culpa y que no fuera nunca el Gobierno… El “martillo” fue para la economía y el trabajo interno, y el “baile” para las fronteras, donde supuestamente “no pasaba nadie”, pero en realidad pasaron miles. Se nos incendió la Zona Norte. Luego la masa de contagios se trasladó al centro del país. Y finalmente, nos dicen que aquellos grandes preparativos no se dieron, que los cargamentos anunciados hace meses no han llegado, y que con unos pocos casos que lleguen a necesitar hospitalización, estaremos saturados. Es decir, falló el equilibrio o nunca lo hubo, y el tiempo que habíamos “ganado” se malgastó en politiquería.

¿Qué va a suceder ahora? Habrá que esperar al próximo anuncio. En Casa Presidencial saben—tienen que saber—que el país no puede resistir otra cuarentena general: un cartucho que no debió haberse disparado cuando llevábamos sólo seis casos, salvo que el objetivo fuese “ganar tiempo” para una verdadera preparación. Ahora tenemos a la policía en las calles, a la ciudadanía en la confusión, al personal de salud en la zozobra, a la economía en la lipidia, al déficit fiscal en las nubes, y al desempleo en todas partes. Salir adelante no es fácil—ahora menos que antes—, pero aún está en nuestras manos capear la tormenta y evitar que se nos hunda el buque. Ya habrá momento de lidiar también con el fallido timonel y su contradictoria tripulación.

Robert F. Beers

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