Jul. 15, 2018

Siete lecciones del Mundial

Con la coronación de Francia como bicampeón en Moscú, ha caído el telón del evento futbolístico por excelencia. Para la memoria deportiva de la Humanidad quedaron registrados numerosos momentos: chispazos de genio, torpezas monumentales, victorias dramáticas, acrobacias inverosímiles, fuerza primitiva o tecnología de avanzada, todo al servicio de un juego.

Y como suele pasar en todos los acontecimientos humanos, también en las canchas de Rusia se han comprobado empíricamente —una vez más— muchos principios y verdades inmutables, que día a día se afirman a pesar de los absurdos y los malabarismos semánticos tan de moda en nuestros días. Repasaremos a continuación siete de estas lecciones para la vida:

 

1. La llave del verdadero éxito es jugar para el equipo

Al iniciar el Mundial, las portadas de las revistas deportivas de todo el globo intentaban pronosticar cuál sería el jugador estrella del torneo. Pero en ninguna de sus predicciones aparecía Luka Modric. Tampoco Eden Hazard. Ni Antoine Griezmann.

¿Por qué nadie pensaba en ellos? Probablemente porque el foco mediático estaba en otra parte: en el logro individual, en la inacabable disputa sobre si tal o cual súper astro demostraría ser el mejor de su época. Mientras que un Modric estaba, sin hacer mucho ruido, cumpliendo en la selección de Croacia el mismo papel que en el Real Madrid: sirviendo. Luchando por cada balón, creando oportunidades, dando el pase calculado al compañero mejor ubicado. Un Hazard estaba alimentando de pelotas certeras a la despiadada delantera belga. Un Griezmann renunciaba a su reputación de goleador para trasladarse a la media cancha y deslizar un letal pase filtrado o una corrida imparable.

Todos ellos comprendieron, ya sea a través de sus productivas carreras, o bien bajo la presión del propio Mundial, que la clave del éxito es el servicio. Sus talentos fueron puestos a disposición del equipo, con la mirada puesta en la Copa y no en ser el Balón de Oro —fórmula que por lo general resulta en disputar ambos, como bien lo demostró el merecido premio a Modric—. Son buenos ejemplos de que la mejor forma de brillar es haciendo que los demás brillen.

 

2. La llave del fracaso es esperar que el equipo juegue para uno

El contraste no puede ser mayor entre estos jugadores que hemos analizado, y los que monopolizaban las portadas de esas mismas revistas. Claramente, de algunos se esperaba que salieran de Rusia convertidos en semidioses… pero acabaron transformados en simples mortales.

Los fanáticos del argentino Lionel Messi tendrán aún más dificultad para sostener su proclama sobre “el mejor jugador de todos los tiempos”. No solamente por haber anotado en cuatro partidos la misma cantidad de goles que el tico Kendall Waston en noventa minutos… sino porque su selección pereció sin acercarse siquiera a la ansiada Copa. Los insólitos talentos de Messi están más allá de cualquier cuestionamiento, pero simplemente no le alcanzan para sustituir al conjunto. Puede decirse que Messi nunca jugó para Argentina, sino que Argentina siempre jugó para Messi. Y así las enormes expectativas de los sudamericanos se quedaron frustradas una vez más.

Lo mismo vale decir del portugués Cristiano Ronaldo. Aunque individualmente redondeó su mejor actuación, anotando 4 goles en la fase de grupos, es claro que la selección de Portugal no cuenta con el nivel para sostener a semejante figura. El temprano éxito del jugador sin duda se debió más a su fiera competitividad personal que a la capacidad de su cuadro para generar el juego necesario. Y aunque Portugal cumplió con sobrepasar la fase de grupos, quedó en evidencia que no estaba para mucho más… y acaso habría sido eliminado por Irán de no haber contado con un astro del calibre de Cristiano. También Portugal jugó para su estrella, en vez de lograr que su estrella jugara para Portugal.

¿Y Neymar en Brasil? La misma conclusión… aunque lo que cabe agregarle a este caso particular merecerá párrafo aparte.

 

3. Sobreestimarse uno mismo conduce al fracaso

El espectacular campeonato de la selección de Croacia —auténtica campeona sin corona— será recordado por muchos motivos. Pero no por el desempeño de Nikola Kalinic.

Las credenciales de este delantero le garantizaron un cupo en la escuadra; pero una simple convocatoria no pareció bastarle. Y en cuanto resultó evidente que el técnico Zlatko Dalic no tenía planes de incluirlo como titular, Kalinic dejó de luchar. En vez de esforzarse para persuadirlo de que merecía una oportunidad, comenzó a quejarse de supuestas molestias en la espalda que le sirvieron de pretexto para no jugar en los encuentros de fogueo ni participar en los entrenamientos. Y al iniciar el Mundial, cuando se le instruyó a ingresar para los cinco minutos finales del juego contra Nigeria en reemplazo del agotado Mario Mandzukic, Kalinic nuevamente apeló a las excusas y se negó a entrar. Claramente no tenía la menor intención de “rebajarse” a ser suplente o siquiera a obedecer instrucciones para ayudar al equipo.

¿En qué terminó la soberbia de Kalinic? En que Dalic, habiendo consultado con el capitán Modric y otros líderes del equipo, resolvió que su presencia acabaría por intoxicar el camerino… y que lo mejor era mandarlo para la casa de una vez.

Una verdadera llamada de atención para aquellos que, pululando hoy en redes sociales y otros espacios, parecen creer que el mundo les debe el “éxito” debido a su intelecto, sus tendencias políticas o su buen aspecto… pero que en vez de buscar cómo demostrarlo, se dedican únicamente a ser una carga tóxica para quienes sí quieren luchar por sus valores e ideales, e incluso a tratar de disminuirlos mediante cobardes insultos y burlas soeces. Por ese camino, su destino ya está escrito: acompañar a Kalinic hacia un pronto olvido.

 

4. La inseguridad es una profecía autocumplida

La cuarta lección nos la enseñó nuestra propia escuadra costarricense. Después de crear una leyenda en Brasil 2014, el talento y el coraje de esta generación de jugadores estaba ya fuera de toda discusión. Lo que Costa Rica llevó a Rusia cuatro años más tarde era en esencia el mismo grupo, más unos cuantos agregados. Quizás las condiciones físicas de varios integrantes no fueran las mismas; pero sin duda el bagaje de experiencia en las ligas más exigentes del mundo debía compensar esas carencias. Y ciertamente, si la base del equipo continuaba jugando en esas ligas, no cabía el argumento de que su rendimiento fuese inferior.

¿Qué sucedió, entonces? La solidez, la valentía y la determinación demostradas en Brasil, se trocaron en una repentina timidez, surgida desde el banquillo con planteamientos medrosos y timoratos, en apariencia más pensados para “no perder por goleada” que para atreverse a tumbar gigantes como antaño. En otras palabras, en la mente de la Selección Nacional se metieron de nuevo las dudas y la inseguridad.

Y la inseguridad, como se vio, es una profecía autocumplida. Producto de esa actitud temerosa, los miedos se cumplieron: una derrota ante el rival más accesible selló de entrada el pobre desempeño de la Tricolor. De poco sirvió una presentación ligeramente mejor ante Brasil —que sufrió más por sus propias carencias que por las virtudes ticas—. Sólo ante Suiza se mostró un resabio de la valentía pasada, pero ya era demasiado tarde. ¿La enseñanza? Atreverse no asegura el éxito, pero no hacerlo asegura el fracaso.

 

5. La inconstancia disipa el éxito

La selección de México tuvo posiblemente el arranque que siempre habían soñado: derrotar convincentemente a la poderosa Alemania, y mejorar aún más para vencer a Corea del Sur. ¿Y dónde terminaron? En el punto de costumbre: eliminados en octavos de final.

¿Qué sucedió? Cuando el éxito parece llegar demasiado rápido, a veces falta la frialdad mental para no dejarse arrastrar por él. Es muy posible que los mexicanos se vieran a sí mismos como candidatos a las profundidades del Mundial, o incluso al título, luego de su primer triunfo. Y no cabía duda de que la ruta era relativamente sencilla… si al menos concretaban la posibilidad de ganar el grupo que tenían a mano, y evitar así jugar contra Brasil. Sin embargo, les bastó un segundo tiempo de horror frente a la ordenada Suecia, para que su sueño se volviera pesadilla. Así, el espejismo de éxito obtenido ante los teutones se diluyó en una anécdota, habida cuenta de que en el gran panorama México no cumplió su verdadera meta, la de llegar más allá de los octavos.

 

6. Fingir y manipular no atraen el éxito, pero sí el desprecio

Las simulaciones, las exageraciones y las tentativas de manipular decisiones no son ninguna novedad en el deporte —ni en ninguna disciplina humana, valga agregar—. Pero gracias a este torneo, estas prácticas han quedado en evidencia, gracias al abuso que de ellas hizo el “astro” brasileño Neymar.

Ya desde el partido contra Costa Rica resultó evidente que a Neymar no le interesaba la honestidad ni el espíritu competitivo, sino únicamente victimizarse, engañar, perjudicar a sus adversarios y ganar ventaja de la forma que fuera. ¡Hasta un falso penal logró que le pitaran (corregido únicamente por la utilización del videoarbitraje)!

Y el circo de Neymar no terminó allí. Contra Serbia, la misma historia. Y contra México en octavos de final, ni para qué... Muy pronto, el 10 de Brasil estuvo en todas las pantallas de televisión e Internet del mundo… pero no por sus dotes como futbolista, sino por sus ridículas e improductivas exageraciones.

Por supuesto, Brasil no pasó de los cuartos de final. Pero dejó en las nuevas generaciones la sensación de que su famosa “magia” se reduce a rodar por tierra, fingirse muy lastimados, y entre gritos reclamar que se castigue al oponente. Así, por supuesto, no se obtienen títulos mundiales, pero tampoco muchos admiradores. Al contrario, es difícil encontrar hoy a alguien que manifieste un gran respeto por los “deportistas” que apelan a una táctica tan cobarde. El menosprecio es casi unánime (aunque hasta el momento no hay noticia de que le hayan retirado patrocinios).

¿Será posible que aprendan esta lección algunos grupos que demuestran un gran gusto por simularse ofendidísimos o lastimados, y aprovechan cada coyuntura para rodar por tierra, pegar gritos y reclamar que se piten penales o expulsiones contra cualquiera que los “ofenda”?

 

7. El carácter, el orden y la disciplina tarde o temprano dan fruto

Cada Mundial, finalmente, termina por enseñarnos que los equipos que llegan lejos no siempre son los de más talento o los de sistemas más revolucionarios, sino aquellos que demuestran más temple y carácter. Casi siempre el resultado respalda a los equipos con solidez mental, orden y disciplina, las cualidades que terminan permitiendo a equipos menospreciados sorprender, y en cuya ausencia grandes campeones se desmoronan.

El caso más notable en esta Copa fue, sin duda, el cuadro de Japón. Con un planteamiento ordenado y un juego asombrosamente limpio, no sólo fue capaz de superar a la temible Colombia, sino de meterse en la segunda fase por delante de Senegal… gracias a tener menos tarjetas amarillas que los africanos. ¿Quién dijo que la disciplina, el honor y el respeto a las reglas no servían de nada?

Los nipones, además, dejaron una huella ejemplar gracias a la conducta de sus aficionados, capaces de eliminar la basura de las graderías por iniciativa propia: un gesto tan asombroso, que fue imitado casi de inmediato por la hinchada senegalesa.

Por añadidura, la escuadra japonesa estuvo, a punta de orden y esfuerzo, a pocos minutos de lograr lo que habría sido la hazaña más resonante del Mundial: eliminar a Bélgica —otro equipo, dicho sea de paso, que supo equilibrar el talento individual con la disciplina táctica—.

Podríamos seguir extrayendo lecciones para nuestra vida personal y profesional de lo que translució en las canchas rusas durante estas últimas semanas. Pero la gran utilidad de hacerlo es siempre la de aplicarlas, perfeccionarlas y convertirlas en hábitos. El camino del éxito no es fácil, pero sí transitable.

Robert F. Beers

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