Feb. 22, 2022

El Duelo: primeros movimientos (y lo que podría venir después)

Sobrepasamos la primera fase del proceso electoral más confuso que se recuerde en los últimos 70 años (confusión que, hay que decirlo, pareció en buena parte “inducida” para favorecer a una particular candidatura muy poco potable).

Si se tratara de describir los resultados del 6 de febrero, diremos que hubo una gran ganadora: Pilar Cisneros. Bastó con su fortísima imagen personal para lograr (a punta de “voto cabreado”) que su candidato presidencial Rodrigo Chaves clasificara—aunque por minúsculo margen—a la segunda ronda, y por añadidura vaya a contar con nueve o posiblemente diez diputados, incluyéndola a ella misma. Sólo ella, además, puede darse el lujo de emitir en público frases que desafían abiertamente la mitología nacional acerca de la sacramental pureza de nuestros procesos electorales.

Resultado agridulce para Fabricio Alvarado, quien quedó fuera de la segunda ronda apenas por un suspiro, y quien probablemente esté lamentando ahora haber descuidado una de sus fortalezas de antaño, la provincia de Alajuela, que resultase decisiva para su triunfo en la primera ronda de 2018, y que ahora en cambio le dio el pase en el último momento a Rodrigo Chaves. Debió perjudicarlo también el crecimiento del abstencionismo en las zonas que más favorables le eran (pues puede deducirse que fueron potenciales votos suyos los que se quedaron finalmente en casa), y su debilidad crónica en dos provincias vitales (Heredia y Cartago). Puede consolarse, sin embargo, con haber desmentido a los “conocedores” y consolidar un notable caudal político, especialmente en las provincias costeras y las zonas urbano-marginales. Y por supuesto, con volver al Congreso a la cabeza de una fracción legislativa que a la larga debió haber sido más numerosa.

Figueres ciertamente entró a la segunda ronda en el primer lugar; pero lo hizo como “sobreviviente”, no como el héroe indiscutible que quizás imaginó ser. Indudablemente fue el gran beneficiado de la confusión generada por las encuestas, que nunca permitieron ver con claridad quién ocupaba el segundo lugar (inflaron al PUSC y a Villalta, desinflaron a Fabricio y omitieron la crecida final de Rodrigo Chaves y de Eli Feinzaig). Pero no puede obviarse que su porcentaje es el segundo más bajo de la historia de su partido (incluso con 40 mil votos menos de los que tuvo Johnny Araya en la primera vuelta de 2014), y que volvió a estar involucrado en una dramática crecida del abstencionismo, como la que hubo al final de su gobierno en 1998. Ahora bien, ya en la segunda ronda no podrá beneficiarse de “atomizar” a sus oponentes.

En este sentido, el verdiblanco ya no contará con el inadvertido servicio que le prestó Eli Feinzaig. La sorprendente votación recibida por el Partido Liberal Progresista se asimiló en muchos aspectos a lo que solía ser el PAC: una escalada de última hora, un porcentaje inesperadamente alto en los cantones suburbanos de San José, Cartago y Heredia, un fenómeno visual masivo, y una ausencia casi total de votos fuera del Valle Central. Aunque no logró su empeño de impedir que Rodrigo Chaves se colara en el balotaje (lo que era probablemente el cálculo de Figueres cuando empezó a “darle pelota”), sí logró en cambio el nada despreciable éxito de una importante fracción legislativa, y el sabroso premio de haber rebasado no sólo a un anémico José María Villalta, sino también, aunque sea por 21 votos, a Lineth Saborío.

Si habláramos de grandes perdedores, no hay mucha vuelta que dar: el PAC se lleva con todo merecimiento las palmas. Ningún partido de nuestra historia había recibido un repudio tan contundente. De las alucinadas “explicaciones” que quiso dar un desacreditado Ottón Solís sobre el “incomprensible” descalabro luego de semejante “gobiernazo”, lo único valioso es su reconocimiento de que los costarricenses no quieren que los disparates y las irrelevancias del PAC tengan presencia en los debates y diálogos nacionales.

Si el PAC cree posible alguna mágica “resurrección”, probablemente deberá esperar sentado a la par del PUSC, el otro gran fracasado, que hasta ahora había sido el partido con la mayor debacle luego de ocho años consecutivos de gobierno. Sin embargo, la realidad está a la vista: por mucha exhibición y aspaviento mediático que hagan, la Unidad sigue sumando décadas sin pasar del cuarto o quinto lugar: algo que habíamos anticipado en nuestro artículo “Los Partidos Prepago”, y que terminó de ratificarse con las insípidas torpezas de su candidata presidencial y la humillación de quedar detrás de Eli Feinzaig. Nada les ha funcionado para salir de la mediocridad, a pesar de que en los dos últimos procesos electorales se ha pretendido en algunos círculos vendernos una especie de “nostalgia” por el antiguo bipartidismo. Hoy más que nunca lucen condenados a conformarse con el objetivo de siempre: pellizcar una cuota legislativa para satisfacción de sus caciques provinciales, y plegarse al poder de turno.

La derrota política de José María Villalta también fue evidente. Claramente buscó “canibalizar” al PAC y capturar así el voto “progre”, pero lo único que obtuvo fue incrementar modestamente sus escaños en la Asamblea. Eli Feinzaig le escamoteó el voto juvenil “rebelde”, y Figueres sigue cortejando hasta hoy a la izquierda ecológica y al lobby LGBT, de modo que Villalta no tuvo con qué ponerse “de moda”. Para un candidato que gusta tanto de darse aires de superioridad intelectual, debe ser particularmente humillante haber quedado tan abajo de Lineth Saborío.

Pero quien más perdió es la República en sí misma. Recordemos que la República, como sistema, se basa en los límites al poder político y en el principio de soberanía ciudadana (que conlleva tanto el imperio de la ley como la igualdad ante esta); y ambos parecieran estar en entredicho en este proceso electoral, a juzgar por la escasa afluencia ciudadana a los centros de votación en todo el país. Ciertamente es incalculable el daño que le ha hecho el PAC a las libertades ciudadanas y a la credibilidad de las instituciones republicanas, y a eso debe añadirse la irritante candidatura de José María Figueres (que lleva los últimos ocho años intentando reelegirse a pesar de la virulenta repugnancia que despierta su nombre en gran parte del electorado). No en vano podríamos hablar del “efecto Figueres” para apuntar a una crecida súbita del abstencionismo: ya en 1998 la desilusión resultante de su gobierno había alejado de las urnas a millares de ciudadanos, y ahora bien podría señalársele como uno de los factores de que nuevamente se haya disparado a cifras inéditas.

Ahora bien, el daño a la República puede incrementarse aún más: no solo por el auge del “voto cabreado” que ha dado impulso a Rodrigo Chaves—y que se refleja en el tinte “antisistema” de algunas de sus posturas de campaña—, sino porque Figueres comete un craso error: presentarse a sí mismo como sinónimo de la “democracia”, y a su oponente como una monstruosa “amenaza”. Esa trillada pose—idéntica a la utilizada tantas veces por Carlos Alvarado, con los resultados ya conocidos—no le da ningún beneficio a Figueres (al que casi nadie considera sincero), pero sí que “intoxica” a la misma democracia, pues termina trasladándole a esta última toda la nube de percepciones negativas del candidato liberacionista. Dicho de otra manera, con esto Figueres está admitiendo con cierto cinismo que su idea de “democracia” consiste en “seguir igual con lo mismo de siempre” (más un barniz de “cambio climático”), y que su candidatura representa precisamente lo que tiene a la ciudadanía harta de la política. Parafraseando al célebre inventor Nikola Tesla, lo más triste de la oferta electoral de Figueres no sería que copie lo peor del PAC, sino que tenga que hacerlo a falta de ideas propias.

Eso no significa, sin embargo, que Rodrigo Chaves tenga garantizado el éxito. El ansiado pase a la segunda vuelta se labró, no con la semilla de la capacidad técnica que hasta hoy nadie le ha cuestionado, sino con un discurso iconoclasta, muy al estilo de los editoriales de doña Pilar, que intenta hacerse eco de la frustración y el enojo de un gran sector popular. Tuvo una votación importante en el centro del país, pero sus bastiones estuvieron en la provincia de Alajuela y en el lejano Buenos Aires. Está lejos de ser la “peligrosísima amenaza a la institucionalidad” que insinúa Figueres (y que, palabra por palabra, es la misma descripción que Carlos Alvarado hacía de todos los que no estuvieran en su club de amigos), pero su insistencia en apelar al referéndum y buscar cambios en la organización de los poderes constitucionales no son muy tranquilizadoras para el electorado más conservador—que es el que podría darle el triunfo, vista la indiferencia de Figueres hacia ellos—. Por alguna razón, algunos consideran que sus cinco meses en el Gabinete de Alvarado lo hacen la “continuidad del PAC”, pese a que la sobrina de Figueres estuvo casi tres años en el mismo Gabinete sin que se diga lo mismo.

Así las cosas, las “alianzas políticas” y el discurso de “unidad nacional”—cartuchos que ya quemó el PAC en 2018—no parecieran vislumbrarse como factores determinantes ahora, máxime que nadie quiere ser el “Piza” de este proceso. De ahí que tanto el PUSC como el Liberal Progresista prefieran “desmarcarse” que apoyar a alguien, y que Fabricio Alvarado esté “dándole largas” a una decisión. En cambio, es muy posible que veamos un esfuerzo de Chaves por alejarse lo más posible de la maligna sombra del Gobierno saliente, incluso desdiciéndose de las bruscas medidas fiscales que en su momento recomendase desde el Ministerio de Hacienda. Por el otro lado, es de esperar que Figueres intente por todos los medios desviar la atención hacia las características personales de su oponente—donde pueda, al menos, lograr una situación de “empate”—y generar en el electorado el menor entusiasmo posible por ir a votar. Después de todo, el Expresidente no logró atraer al grueso de los indecisos en la primera votación (que se fueron en cambio hacia Chaves y Feinzaig), y es poco probable que lo consiga ahora, de modo que su apuesta sería procurar que sus “leales” vayan a votar, y que los “hostiles” prefieran abstenerse que votar por el rival.

En suma, al elegir entre Chaves y Figueres, estamos en el fondo escogiendo entre una buena duda y una mala certeza.

A los que valoramos la República como sistema político, la libertad como principio fundamental, y la Constitución como límite frente al poder, nos esperan algunas semanas angustiosas, mientras se aclaran “los nublados del día”.

Robert F. Beers