Jan. 30, 2020

La República: nuestro sistema político

Tico que se respeta, ha pronunciado alguna vez en su vida la frase "Costa Rica es una democracia". Palabras trilladas... y engañosas. Porque nuestro sistema político NO es la "democracia". La democracia es sólo uno de sus componentes.

¿Y cuál es, entonces, nuestro sistema político? La respuesta la encontramos en el primer artículo de nuestra Constitución: Costa Rica es una República. En nuestros días de confusión, manipulación y falacias calculadas, es necesario repasarlo y comprenderlo para no ser embaucados.

Para empezar, ¿hay alguna diferencia entre "democracia" y "república"? Claro que sí. Existen sistemas políticos que, aunque son "democracias", no son Repúblicas: por ejemplo las monarquías constitucionales parlamentarias (Inglaterra, Canadá, Holanda, Bélgica, los países nórdicos, España y Japón, entre otras). También puede ocurrir que un país se haga llamar "república" sin tener democracia; pero esto sería una contradicción en los términos, dado que la esencia misma de la República como sistema es el "consentimiento de los gobernados", cuya expresión válida es, por supuesto, la vía democrática.

Y entonces, ¿qué es la República? Esta pregunta la he recibido muchas veces, y la respuesta es asombrosamente corta. Bien podemos describir la democracia como "el gobierno de la mayoría". Pero el concepto de República es más amplio, y lo resumía el preclaro escritor costarricense Rogelio Fernández Güell como "el gobierno de la Ley".

El republicanismo es posiblemente el pensamiento político más arraigado y de más larga historia en Costa Rica, y parte de un principio fundamental: la desconfianza hacia el poder. Los republicanos asumimos que "el poder corrompe": quien concentra demasiado poder, tarde o temprano abusará de él en perjuicio de la ciudadanía (la Historia está llena de ejemplos que así lo confirman). Por consiguiente, el sistema debe estar diseñado para impedir esos abusos desde su origen: la concentración del poder en pocas manos.

Esto se logra a través de los tres pilares republicanos: 1) el imperio de la ley, o Estado de derecho, 2) la limitación y división de poderes, 3) el principio de libertad e igualdad. Veamos brevemente cada uno:

El Imperio de la Ley nos permite la certeza de que nadie, ni siquiera la máxima autoridad política o económica, está por encima de la ley. Esta ley, por supuesto, sólo tiene validez si es creada por la ciudadanía, sea por sí misma o a través de sus representantes legítimos (un Parlamento o Congreso). Las ocurrencias del Presidente de turno o de organismos internacionales sin legitimidad democrática NO pueden sobrepasarla. Así, las leyes en general, y en particular la Constitución como Ley Suprema, sirven como barreras de protección para la ciudadanía, y el poder del Estado nunca tiene derecho de traspasarlas, menos aún por simple decreto ni invocando razones "políticas estratégicas". El imperio de la ley no puede socavarse, ni siquiera por medios democráticos.

El poder limitado es el corazón mismo de la República. La idea es mantener un equilibrio entre los representantes ciudadanos (el Legislativo) y el Poder Ejecutivo, y entre ambos y el Judicial (que por naturaleza es independiente y técnico, no político ni democrático). Naturalmente, así se pretende evitar que el Ejecutivo se infiltre en el Judicial y lo use de "palanca" para lograr fines políticos o ideológicos, o que manipule al Legislativo en daño de la ciudadanía. De esta forma, se hace efectivo que el poder del Estado no pueda ejercerse para aplastar a los ciudadanos (dependiendo, claro está, de que el Poder Judicial haga bien su trabajo como guardián de la legalidad).

La suma del poder limitado y las garantías constitucionales le permiten a cada individuo vivir en libertad, y lograr su igualdad frente al Estado. La República sólo reconoce un título, el de "ciudadano", y ese título no otorga privilegios. Esta igualdad es la que hace incompatible al sistema republicano con la existencia de un rey o una nobleza hereditaria (lo que no sucede con la democracia, que puede darse en una monarquía). De este modo, la finalidad esencial de la República es el interés general, y nunca el de un individuo o sector en particular. En consecuencia, cuando un gobierno otorga ventajas o privilegios a un grupo favorito, o cuando perfila y hostiga a otros, en el fondo está atacando uno de los pilares de la República.

La solidez del sistema republicano lo convierte en el mejor aliado de la libertad individual, y en el peor enemigo de los totalitarios. Por eso siempre los veremos intentando sabotearlo. Muchas veces el tirano no tiene problemas con la democracia, e incluso la utiliza para legitimarse a sí mismo (en detrimento de las instituciones). Pero no olvidemos esto: su verdadero enemigo es el sistema de la República, porque es el que le limita el poder. El tirano buscará acabar con la República por cualquier medio... incluso utilizando la democracia. Más que defender sólo la "democracia", es vital defender y fortalecer la República.

Repasados estos conceptos, es tiempo de reflexionar. ¿Ha sido el régimen de Zapote digno de una verdadera República? ¿Ha respetado los límites señalados para su poder en la Constitución? ¿Son sus intenciones limpias, nobles y dignas de confianza? ¿Hay alguna de sus motivaciones o excusas que sirva para justificar la lesión a dichos límites? De nuestra respuesta a estas interrogantes depende la supervivencia de la República y, con ella, de nuestras libertades.

 

Robert F. Beers

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