May. 31, 2017

Emmanuel Macron: el desconocido que acabó con la tradición

Según el refrán popular, “nadie aprende en cabeza ajena”. Sin embargo, el proceso electoral vivido en Francia hace pocas semanas ofrece una serie de lecciones y pistas para comprender mejor las dinámicas políticas que se viven en la actualidad en los regímenes democráticos consolidados… y para que nosotros, como costarricenses, “echemos pa’ nuestro saco”. Podemos repasar algunas a continuación.

Primera lección: los “inevitables” son evitables

Los bajísimos índices de popularidad que a mediados de su mandato registraban el presidente François Hollande y su Partido Socialista—palabra a la que no se le tiene fobia en Europa, como sí en el trópico—hacían suponer que los Republicanos, sus adversarios históricos, no tenían más que sentarse a esperar la elección para volver al poder.

Al punto reapareció en la arena política un viejo conocido: el exmandatario Nicolás Sarkozy. Primero, para buscar la Presidencia de su partido, la cual obtuvo; y más tarde, para proponerse nuevamente como precandidato “inevitable”.

Claro está, la nueva aventura de Sarkozy comenzó mal y terminó peor. Indudablemente habría preferido que, como Expresidente, su candidatura viniese por aclamación; pero en cambio recibió el desafío de varios contrincantes que forzaron una convención interna… y allí fue derrotado estrepitosamente. El nominado resultó ser otro: François Fillon, hombre de larguísima—aunque poco lustrosa—carrera política.

Cualquier parecido entre esta historia y la de José María Figueres Olsen y el PLN en 2017… ¿es mera coincidencia?

Segunda lección: la anemia ideológica del "centro" político tradicional

En otras oportunidades hemos comentado acerca de la anemia intelectual en que ha caído el “centrismo” político en muchas regiones del mundo. Dijimos que los sectores políticos más sensatos han venido renunciando a pensar, a estudiar, a analizar, y como resultado se volvieron incapaces de articular un proyecto político claro y entusiasmar con él a la ciudadanía. La campaña política francesa lo demostró una vez más.

La derrota de Sarkozy en la primaria republicana y la decisión del presidente Hollande de no presentarse a una reelección con su Partido Socialista, dejaron las nominaciones en manos de personajes relativamente grises: Fillon desde la oposición, y Benoit Hamon en el oficialismo. Se presumía que—como había sucedido siempre desde el establecimiento de la Quinta República en 1958—al menos uno de estos dos partidos, y posiblemente ambos, llegarían sin apuros a la usual segunda vuelta electoral. No obstante, pronto resultó evidente que ambos aspirantes tenían serios problemas para aglutinar incluso a los votantes y dirigentes teóricamente “afines”.

Las posiciones generales de ambos eran al inicio bastante cajoneras: un timorato europeísmo, crecimiento económico, mantenimiento del Estado social con algunos matices… pero ante la perceptible indiferencia de la población, cada uno emprendió su propia “carrera hacia los extremos”: Fillon, endureciéndose progresivamente contra la inmigración, y Hamon, acercándose a las posiciones de la izquierda más profunda en cuanto a jornada laboral. Todos estos resultaban, empero, meros síntomas de cierta esterilidad intelectual por un lado, y de la fatiga del electorado con las dos opciones históricas con las que había contado hasta entonces, por el otro.

¿Dónde hemos visto antes esta película? ¿Nos recordará, por ventura, el agotamiento del bipartidismo tradicional costarricense PLN-PUSC a partir de las elecciones de 2002?

Tercera lección: los extremos se encuentran

También hemos comentado en otros momentos que, cuando el “centrismo” abandona la iniciativa del debate de los asuntos públicos, quienes toman dicha iniciativa son invariablemente los extremos antirrepublicanos.

En la “esquina” ultraderechista del espectro ideológico francés, lleva años gravitando el fantasma del Frente Nacional, fundado por el radical neofascista Jean-Marie Le Pen, y dirigido en la actualidad por su hija Marine: una política mucho más hábil, y deseosa de tomar la iniciativa del debate político para forjarlo en sus términos. Fiel a su estilo oportunista, Le Pen aprovechó la seguidilla de atentados cometidos por islamistas en suelo francés para atizar el clima hostil a la inmigración, invocar la “mano dura”, apelar a la xenofobia y culpar de las crisis a fuerzas externas (principalmente a la Unión Europea y al gobierno de Alemania).

La sagacidad de Le Pen para comunicar su pensamiento—muy superior a la de su padre—le permitió ir incrementando gradualmente su base de apoyo, y vender la idea de que su movimiento era parte de una pujante oleada internacional de “populismo” de derecha, triunfante ya en la Inglaterra del Brexit y en los Estados Unidos de Donald Trump (y que tiene también imitadores domésticos en Costa Rica). Desde luego, comenzó a cundir el pánico, ya que con semejantes precedentes la idea de una victoria de Le Pen dejaba de parecer tan descabellada… y menos aún cuando aparecieron algunas encuestas que la ponían en primer lugar.

Desde la “esquina” ideológica opuesta, empero, surgió una contraparte en Jean-Luc Mélenchon y su movimiento, muy elocuentemente denominado “Francia Insumisa”. Mélenchon (una especie de José María Villalta más viejo y hablando francés) asumió también una bandera “antieuropea”; pero aunque su crítica subyacente era contra el liberalismo capitalista promovido desde Bruselas, y se aderezaba con un teórico “progresismo” al estilo del partido español Podemos y del movimiento estadounidense de Bernie Sanders, acababa siempre teniendo en la práctica muchos puntos en común con Le Pen: ambos querían salirse de la OTAN y de la UE, implementar políticas antiglobalistas, y abandonar el euro. Y también (¡sorpresa!) una Asamblea Constituyente.

El avance de Le Pen y el surgimiento de Mélenchon, lógicamente, tuvieron un efecto análogo al de las peculiares encuestas que en la Costa Rica de 2013-2014 daban a entender—erradamente, como se vio después—que el Movimiento Libertario y el Frente Amplio manejaban un caudal político suficiente para tener posibilidades de triunfo. Los candidatos más “tradicionales” parecían quebrantarse ante el empuje de los considerados “extremistas” desde la izquierda y la derecha, y comenzaron ellos mismos a hablar en un lenguaje similar, especialmente el socialista Hamon, que veía como los “insumisos” le drenaban su apoyo en proporciones catastróficas, hasta sobrepasarlo. Pero aún habría más…

Cuarta lección: corrupción mata tradición

A pesar de las turbulencias, la candidatura “tradicional” de François Fillon se mantenía todavía al frente, aunque de forma precaria ante el asedio de Le Pen y de otras fuerzas políticas. Pero todo cambió cuando la prensa francesa—cuyos directores nunca han sido vistos reuniéndose secretamente con comandos de campaña—le puso el ojo a los ingresos de su esposa Penelope.

Pues resultaba que la dama, de origen galés, y activa en la campaña de su marido, había ido obteniendo durante varios años cierta reputación—y mucho dinero—como analista política y asesora literaria. Sus credenciales para tales tareas no eran el problema… sino el hecho de que, según las denuncias, no había realizado realmente trabajo alguno en ninguna de las dos áreas. Aunque inicialmente se pretendió minimizar el asunto, se volvió lo bastante grave para que se abriesen investigaciones judiciales.

Desde luego, el escándalo resultante salpicó casi enseguida al candidato… y su ya endeble base de apoyo comenzó a flaquear como resultado. Visiblemente al electorado francés le importó menos la herencia política de los Republicanos que la cuestión ética que se planteaba en torno al matrimonio Fillon. Y esto agregó más incertidumbre, pues al desplomarse el apoyo de este, volvió a gravitar con más fuerza el fantasma de un triunfo de la extremista Le Pen.

Reservémonos por ahora los comentarios sobre situaciones análogas en nuestro medio...

Quinta lección: el centrismo innovador puede ganar

Hasta el momento no hemos hecho mención de un personaje muy concreto: Emmanuel Macron, a quien no nombramos desde el título de esta historia. Para un lector casual, la pregunta de rigor debe ser: “Y este, ¿de dónde salió?

Aunque había sido parte del gabinete de Hollande, la candidatura de Macron no gozaba del patrocinio de ninguno de los dos partidos tradicionales. El impulso político provenía más bien de un movimiento denominado “¡En Marcha!”, que se había formado apenas un año antes de las elecciones, alcanzando un apoyo masivo en un tiempo inusualmente corto.

El candidato, un disidente del partido oficialista, ofreció una línea de pensamiento moderada, de corte socialdemócrata, valores republicanos y resueltamente proeuropeos, y libre de los cuestionamientos éticos que atosigaban a Fillon y Le Pen. “Ni de izquierda ni de derecha”, según la describió el propio Macron, con palabras casi idénticas a las de Ottón Solís al momento de fundar su propia agrupación (aunque ya habría querido Solís haber tenido el éxito de su homólogo francés, o que el PAC no se convirtiera en algo muy distino de lo planeado por su fundador).

Al proponer su nombre, Macron nunca había aspirado a ningún puesto de elección popular; su principal credencial era haber sido un eficiente Ministro de Economía en el gobierno saliente, además de tener un vasto currículo en el área bancaria. Por otra parte, era por amplio margen el más joven de los 11 candidatos en liza. Sin embargo, el posible menosprecio que pudiese sufrir por su edad, lo compensaba con profundo conocimiento, manejo de temas concretos, y un verbo efectivo que lo llevó a triturar a sus oponentes en los debates televisados, según las mediciones posteriores. Es decir, a diferencia de los candidatos del centrismo “tradicional”, Macron supo plantear con claridad sus propuestas, diferenciarse positivamente y marcar al mismo tiempo una sana distancia frente a los extremismos.

¿El resultado? Un repunte de apoyo en las últimas semanas previas a la elección, y eventualmente un resultado sorpresivo: ser el candidato más votado en la primera ronda electoral, con un 24% de los sufragios, por delante de Le Pen (21,3%), Fillon (20%) y Mélenchon (19,5%).

Sexta lección: la “potabilidad” política importa

La reacción inicial ante el resultado fue mixta: un poco de alivio porque Marine Le Pen no había obtenido el primer lugar, y mucho espanto porque había logrado colarse en la segunda ronda. Además de una notable sorpresa ante el hecho de que, por primera vez desde el nacimiento de la Quinta República, ni el Partido Socialista ni los Republicanos iban a tomar parte en dicha segunda vuelta. El movimiento de Macron, desbancando a ambos, había quebrantado por completo la tradición política francesa… y ahora solo se interponía en su camino la abanderada del partido más recalcitrante y extremista.

Es aquí donde entró en juego el tema de ser políticamente “potable”, es decir, la capacidad de una persona para ser al menos “aceptable” incluso para sectores de la población que no la hayan apoyado inicialmente. Claramente, planteada la segunda elección entre un centrista como Macron y una extremista como Le Pen, la “potabilidad” política de esta última era casi nula, y por consiguiente el resultado ofrecía pocas dudas. La propia candidata parecía consciente de ello, pues en algún momento dio a entender que se daría por satisfecha si obtenía un 40% de los sufragios. Pero ni siquiera esta meta logró alcanzar: Macron la vapuleó con 66,1% de los votos, más de 30 puntos de diferencia. Y el suspiro de alivio se escuchó no sólo en París, sino desde Berlín hasta Bruselas.

 Conclusión

¿Qué podemos concluir del proceso electoral francés?

Lo primero es que la tradición, como argumento político, está obsoleta.

Lo segundo, que en materia de populismo irresponsable, da igual si es de izquierda o de derecha. Cambia el discurso pero no el resultado; y el resultado es invariablemente la destrucción de la República, en nombre de una “revolución” supuestamente más importante que la República misma.

Y lo tercero, algo que hemos dicho en otras oportunidades: para que el “centro” sea un baluarte contra los extremismos, no puede ser un centro “vacío”. Necesita articular un proyecto, una meta, un ideal, algo más que el simple “sigamos igual, porque las alternativas son peores”. El centro “vacío” no es centro; es, en el fondo, una defensa a ultranza del “statu quo”, una posición netamente reaccionaria.

Tenemos a la vista un proceso electoral en nuestro propio terruño. Es el momento de aplicar lo aprendido.

Robert F. Beers

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