Nov. 27, 2016

Costa Rica no afloja

Hace menos de 72 horas, la esquina noroeste de nuestra Patria recibió el embate directo de una desgracia innombrable. La extensión del dolor y la destrucción dejada a su paso no se ha visto en este país desde hace décadas.

A pesar de los ingentes esfuerzos de preparación de las autoridades en todo el país, hoy estamos llorando la pérdida de 10 de nuestros conciudadanos, seis en el cantón de Upala y cuatro en Bagaces; pero además, empezamos a captar también las verdaderas dimensiones de la catástrofe que ha arruinado a miles de familias en regiones que —como ya hemos apuntado reiteradamente— ya de por sí figuraban entre las más empobrecidas de nuestra nación.

El estupor ante semejante tragedia —en medio del cual, tristemente, no han faltado los “domingos siete” y las ocurrencias de mal gusto— aún no termina de disiparse; pero ha ido dando paso rápidamente a una reacción llena de grandeza y patriotismo: la de una ciudadanía volcada en socorro de sus hermanos apabullados por los vientos, inundaciones y avalanchas.

Ha sido cuestión de pocas horas para que los centros de acopio de la Cruz Roja se hayan visto desbordados por la cantidad de víveres ofrecidos por innumerables habitantes, a una velocidad mayor a la que era posible distribuirlos. Es conmovedor presenciar la forma en que familias enteras, llevando incluso a sus niños, han entregado ahorros, alimentos, implementos de higiene personal, para socorrer a los millares de desplazados que dejó a su paso el inclemente fenómeno atmosférico. Y nos llena de esperanza ver cómo empresa privada, organizaciones sociales, iglesias y medios de prensa —en su mayoría— han respondido espontánea y espléndidamente a las necesidades apremiantes creadas por la catástrofe, incluso a casos tan puntuales como emblemáticos (la joven víctima de parálisis a quien se donó una nueva silla de ruedas, o el hombre a quien se restituyó el equipo de trabajo para levantar nuevamente su taller).

Si algo positivo nos está dejando esta desgracia, es la certeza de que Costa Rica se salió del “romboide” para retomar esa consciencia nacional que tanto nos hace falta. Es la expresión genuina y positiva del verdadero nacionalismo costarricense. No la distorsionada caricatura “xenofóbica” con la que algunos quieren resucitar carreras políticas occisas, sino algo mucho más noble: la plena conexión espiritual con nuestro territorio, nuestra población y —sobre todo— nuestros valores, esos que juntos constituyen nuestra identidad como nación, y que a veces son tan injustamente reprimidos en nombre de la “corrección política”, al grado de que sólo se admita su mínima expresión de tanto en tanto (el 11 de Abril, el 15 de Setiembre o cuando juega la Sele).

Y de paso, ha sido esta la oportunidad en la que la vasta mayoría de la ciudadanía costarricense ha demostrado su inapelable repudio al oportunismo soez y a la politiquería “de carroña”, para unirse en cambio bajo la única bandera que nos identifica a todos, tanto los costarricenses de nacimiento como los costarricenses de espíritu, aquellos que por necesidad o por decisión han adoptado como suyos este territorio y estos valores, y que hoy comparten en carne propia el sufrimiento que nos embarga.

Nuestra Costa Rica única, de Isla del Coco a Isla Calero, de Peñas Blancas a Paso Canoas, del Sixaola al San Juan, hoy gime a una por los sucesos de Upala y Bagaces, por los daños sufridos en Matina y en la Zona Sur, por las familias que han perdido sus techos, sus animales y sus medios de vida. La tragedia de unos ha sido la tragedia de todos. Y el socorro que se les está brindando hoy, para ellos, hace toda la diferencia.

 

Robert F. Beers

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