Nov. 6, 2016

El Dr. Frankenstein y la Asamblea Constituyente (III Parte)

En la publicación previa, hacíamos algunos apuntes acerca de la propuesta de convocar sin ton ni son a una Asamblea Constituyente. Señalábamos, por ejemplo, que tal convocatoria sería completamente innecesaria si la inspirara la intención de extender los derechos de la ciudadanía; pero se volvería indispensable si lo que se desea es reducirlos. Analizábamos, además, cuáles libertades públicas podrían estar comprometidas por el afán de crear una Carta Fundamental a la medida de ciertas modas "políticamente correctas".

Lo que tenemos pendiente de comentario es la forma en que esta ocurrencia podría alterar la organización e integridad misma del Estado Costarricense. Y a eso iremos enseguida.

IV. El impacto sobre la gobernabilidad

Hasta donde se sabe, el texto propuesto parece mantener, en esencia, el modelo republicano, lo cual es positivo, pues es el que nos ha funcionado. Sin embargo, sucumbe a la moda de introducir elementos de una mal entendida “democracia directa”, por ejemplo la “revocatoria de mandato”. Y este tipo de elementos (como lo demuestra la experiencia venezolana) debilita la República. ¿Por qué motivo? Porque les resta independencia a los representantes electos, y le otorga más posibilidades a los grupos de presión para ejercer represalias si alguno de ellos les resulta incómodo. El resultado sería tener únicamente diputados dóciles a los intereses particulares de sectores poderosos, pues es mucho más probable que a los que se atrevan a desafiarlos les apliquen un proceso revocatorio.

Otra medida cuyos resultados pueden ser contraproducentes es el cambio en el sistema de elección de los diputados. En la actualidad tenemos un sistema proporcional, lo que significa que la composición del Congreso intenta reflejar lo mejor posible los porcentajes de votos emitidos por la ciudadanía. Ahora, sin embargo, está de moda quejarse de este sistema y clamar en cambio por una supuesta “elección directa”, donde cada territorio elija un diputado y punto. Y claro está, sin importar porcentajes, al estilo que ahora se escogen los Alcaldes. Parece muy “democrático”, por supuesto… hasta que uno se percata de que ese nuevo modelo podría terminar dándole a un solo partido político TODOS los asientos del Congreso.

Por cierto un resultado como ese no es descabellado: en una elección muy dividida (como la que tuvimos en 2014) un partido podría acaparar el 100% de los asientos con el 30% de los votos, si gana todas las provincias o territorios. Y dejar así sin representación alguna al 70% de los ciudadanos del país. ¿Qué pasaría si ese partido fuera, por ejemplo, el Frente Amplio?

Ahora bien, como ya hemos visto, el texto sugerido no es vinculante. El “Poder Constituyente” puede desecharlo y adoptar cualquier otra idea… incluso una peor. Es decir, una vez instalada la Asamblea, puede decirse que Frankenstein anda suelto.

Y en consecuencia, de ese proceso podríamos salir con reelección presidencial inmediata y sin límites (lo que en la práctica elimina el principio de “elecciones justas” dada la enorme ventaja que otorga el ejercicio del poder). O con reelección ilimitada de diputados (lo que, sumado al cambio antes expuesto, representaría la fosilización de nuestra clase política). Inclusive, entre las posibilidades podría estar la restauración de un Ejército permanente.

Pero la “criatura” podría ir más allá: ¿por qué no pasar a una “democracia popular” como la de Corea del Norte, con partido único y presidencia hereditaria? O bien, tener un arrebato de nostalgia y proclamar una monarquía (imaginémonos quienes competirían entonces por ser la “familia real”)… También podría la Constituyente repartir nuestro territorio entre Nicaragua y Panamá; renegar de la independencia y reintegrarnos a España (convirtiéndonos de paso en los únicos miembros americanos de la Unión Europea), o anexarse a México (aunque sea para ver si al fin David Faitelson habla bien de los jugadores ticos). Todas estas ocurrencias son, a todas luces, disparatadas… pero la Asamblea Constituyente tiene tales potestades, que podría incluso acordar la disolución de Costa Rica como Estado independiente.

No lo olvidemos: una vez convocada, no tiene límites.

V. Y además, el “todo o nada” del referéndum…

Antes hemos comentado cómo el agotamiento intelectual de los movimientos políticos “de centro” había regalado la iniciativa a ideologías más extremistas, tanto de izquierda como de derecha. Luego analizamos cómo ciertos mecanismos “participativos” como el referéndum, por su naturaleza binaria (SÍ o NO), tendían a beneficiar precisamente a esas posiciones extremas y a anular al centro. Y ahora (¡vaya sorpresa!) venimos a descubrir que mediante un referéndum se nos quiere plantear si de verdad queremos darle vida a la “criatura” del Dr. Frankenstein. ¿Está de acuerdo en convocar a una Asamblea Constituyente? SÍ o NO.

No hay puntos medios. No hay propuesta de reformas parciales. No hay objetivos concretos (ni puede haberlos, porque la Asamblea resultante sería plenamente soberana). Es todo o nada.

Y por las experiencias vividas en nuestro país y en otros, ya sabemos por dónde vendrá el nivel de discusión. Se procurará promover el SÍ como una solución mágica, haciéndonos creer que con sólo una nueva Constitución Política acabaremos de un plumazo con la pobreza, el desempleo, la mortalidad infantil, el déficit fiscal, las presas, las pensiones de lujo, el odio al empleado público y toda forma de corrupción, “para vivir mejor” (este eslogan no lo inventé yo, ya lo usan en la página de Facebook que promueve la iniciativa). Y se ocultará por todos los medios lo que aquí hemos analizado, es decir, la magnitud del poder que estaríamos delegando.

¿Está acaso de por medio la impaciencia, o la pereza, de dialogar y llegar a acuerdos sobre temas específicos? La capacidad que define a un verdadero estadista es la de llegar, no a soluciones perfectas, sino a las que menos resistencia provoquen. Es decir, en el marco del modelo republicano, a conseguir la solución que satisfaga mejor el interés general, aunque no se ajuste al interés de una facción particular. Y esto, desde luego, no se logra por vías como el referéndum. Pues este mecanismo sirve únicamente para darle legitimidad democrática a una posición extrema e irreductible. Es a favor o en contra.

De hecho la propuesta planteada implica dos convocatorias a referéndum. La primera, para decidir si se pone en marcha todo el proceso (es decir, sería la cinematográfica “descarga eléctrica” para darle vida a la criatura del Dr. Frankenstein). Y la otra, una vez redactada y aprobada la flamante Carta Fundamental por la Asamblea Constituyente, para decidir si estamos de acuerdo o no con el resultado. Nuestra participación directa, en resumen, se concreta a decir SÍ o NO un máximo de dos veces. Y de alguna manera nos dicen que eso es más “participativo” que votar una vez por un menú variado de representantes ante la Asamblea…

VI. La integración de la Constituyente: ¿mayoría negativa?

Lo que nos lleva al punto más delicado de todos: la calidad de la representación.

Aquí el proyecto de don Alex y compañía entró perdiendo desde el primer minuto, por abrazar de entrada el discurso tan en boga, de que los partidos políticos son engendro del Demonio y que hay que debilitarlos a toda costa, permitiendo que cualquier “organización civil” nomine candidatos independientes sin someterse al desprestigio de “juntarse con esa chusma”. También esto suena muy “participativo”… hasta que uno cae en cuenta de que, en el fondo, eso sería igual que pedirle al Colegio de Ingenieros, al Club de Leones y al sindicato de RECOPE que propongan jugadoras para la Selección Femenina de Fútbol.

Las organizaciones civiles tienen, desde luego, naturaleza privada y fines propios, pues se derivan de la libertad de asociación. Los partidos políticos, en cambio, tienen fines públicos y naturaleza republicana, pues representan el vehículo natural para que la ciudadanía ejerza su derecho a la participación y representación, estando por consiguiente sometidos a una legislación distinta (lo engorroso de crear un partido político en Costa Rica es tema para otro día). Afortunadamente el Tribunal Supremo de Elecciones—otra institución republicana al fin—lo entendió de la misma forma y ordenó enmendar esta ocurrencia.

Ahora bien, eso no resuelve el tema principal: ¿cómo quedaría integrada la supuesta Asamblea Constituyente? Necesariamente tiene que elegirse por medio de votación popular; de otra manera, se incurriría en el delito de sedición, pues se estaría arrogando la soberanía nacional. Y como diría la inmortal Tía Panchita, “aquí fue donde la puerca torció el rabo”: la participación debe darse (¿cómo no?) a través de esos “engendros del Demonio”, los partidos políticos. Con la esperanza de que, por una vez, éstos propongan a sus mejores hombres y mujeres, a los más capaces y preparados de entre sus filas.

Ahora bien, acabamos de repasar cómo los extremismos han ido adueñándose de la discusión política gracias a la anemia intelectual del “centro”. En Costa Rica hemos visto incrementarse alternativamente la presencia legislativa de la derecha (en el periodo 2010-2014) y la izquierda (2014-2018), siempre en detrimento de los “moderados”. Supongamos que el fenómeno continúa y paralelamente el proceso de la Constituyente logra iniciarse. ¿Qué podría suceder?

Los partidos más extremistas suelen tener militantes más disciplinados, mientras que los de “centro” no tendrían a su favor el arrastre personal de un candidato presidencial para movilizar electores. Y como resultado, los primeros podrían obtener resonantes éxitos y colocarían un número significativo de diputados en la Asamblea Constituyente.

Pongámosle un número hipotético a este marcador. Imaginemos que la Asamblea queda integrada por 61 diputados, de los cuales el neosocialista Frente Amplio obtiene 17 y el ultracapitalista Movimiento Libertario 14. Ambas agrupaciones sumarían 31 diputados, frente a los 30 que combinarían los movimientos más “centristas”. Ahora bien, por tratarse de extremos opuestos, es improbable que el FA y el ML colaboren entre sí; pero juntos podrían torpedear las propuestas “moderadas” que afecten sus intereses. O intentarían lograr que algunos de los “centristas”, carentes de una visión propia, terminen gravitando hacia alguno de los dos extremos. ¿Qué final le ponemos a este cuento de terror? ¿Una Constituyente políticamente bloqueada, o una Constitución incoherente y sin equilibrio?

En conclusión…

El activismo de un reducido grupo pretende ponernos, como ciudadanía, frente a una decisión trascendental. Ya el Tribunal Supremo de Elecciones autorizó a dicho grupo la recolección de firmas para convocar al referéndum que, en caso de concretarse (algo bastante probable, dada la creencia de algunos sectores en las “soluciones mágicas”), vendría a ser el de la “descarga eléctrica” que invocaría al Poder Constituyente Originario. Y por consiguiente, no podemos seguir escondiendo la cabeza como el avestruz. Nuestro deber frente a la República y a nosotros mismos, es tomar una decisión informada. Y muy bien informada además, sin esconder implicaciones de ninguna especie.

Esta serie de comentarios, desde luego, pretende contribuir desde ya al debate nacional que se nos viene encima. Porque, a juicio de quien escribe, el mayor aporte que puede hacerse a la opinión pública es hacerle saber exactamente lo que está aprobando o rechazando. Sólo así se puede tomar la mejor decisión para el bienestar general. De otra manera, actuando por ignorancia o por terquedad, podremos acabar peor que el Dr. Frankenstein…

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