Sep. 29, 2016

El hilo se rompe… por el centro

Decían nuestros abuelos que “el hilo se rompe por lo más delgado”. ¿Se aplicará esta gota de sabiduría popular a nuestra realidad política? Sin duda.

Imaginemos una cuerda, un mecate fuerte y de regular grosor. Desde la izquierda alguien empieza a tirar de él con todas sus fuerzas, mientras que otro hace lo mismo desde la derecha. Naturalmente, el mecate se va estirando y la tensión aumenta. ¿Cuál es su punto más tenso? ¡El centro, por supuesto! Y al ser este el punto de mayor tensión, es el que tiene más posibilidades de romperse.

¿Qué pasa si uno de los extremos es más fuerte que el otro? Caerá por su propio peso y arrastrará consigo a su oponente y a la cuerda misma.

¿Y si los dos extremos son demasiado fuertes? La cuerda se rompe y ambos, el de la izquierda y el de la derecha, se irán al suelo. Además, la soga quedará inservible.

Si esa cuerda representa nuestro país, y no queremos que se nos rompa, ¿qué debe hacerse? Reforzar el centro y neutralizar a los extremos. No solo a uno de los extremos: a ambos (recordemos lo que pasa si uno se vuelve más fuerte que el otro).

Este ejemplo, rudimentario quizás, es una manera de explicar esos términos tan manoseados que se emplean en nuestro medio al comentar sobre política: “izquierda” y “derecha”, invocados casi siempre para rehuir un debate informado y apelar en cambio a prejuicios emocionales.

El origen de los términos lo encontramos en la forma en que se sentaban los diputados en Francia después de la Revolución de 1789. Los más “revolucionarios” se acomodaban en las bancas de la izquierda, mientras los defensores del régimen caído se agolpaban a la derecha. En las bancas del centro, los moderados y los indecisos.

Hoy suele asociarse “izquierda” con anarquismo, comunismo, socialismo y partidos “progresistas” (“izquierda light”) o “verdes”. Mientras que la etiqueta de “derecha” se acomoda con posiciones ultracapitalistas, reaccionarias, militaristas y racistas hasta llegar a los nazis. La pregunta de rigor, parafraseando a los comediantes Abbott y Costello… “¿Quién está en el centro?

Desde hace unos 25 años (cuando un politólogo estadounidense desconocido hasta entonces, Francis Fukuyama, soltó su memorable disparate sobre “el Fin de la Historia” y el triunfo final de la democracia liberal como sistema político), la respuesta a esa vital pregunta ha sido dejada a un lado. Esto no deja de ser alarmante, puesto que—como vimos desde un inicio—es el centro lo que debería reforzarse más para mantener el equilibrio y evitar las rupturas. Pareciera que las palabras de Fukuyama llevaron al centrismo político a una especie de sopor triunfalista, un letargo autocomplaciente similar al de un equipo deportivo que se preguntase: “¿Para qué seguir entrenando, si ya somos campeones?”…

El resultado está a la vista: los sectores políticos más sensatos abdicaron su responsabilidad. Renunciaron a pensar, a estudiar, a analizar. Entraron en una anemia intelectual. Se volvieron incapaces de plantear y articular un proyecto político propio, con el cual entusiasmar y convocar la esperanza de la ciudadanía. Se conformaron, en cambio, con definirse a sí mismos simplemente como la negación de los extremos (“no soy ni comunista ni neoliberal, entonces soy de centro”). En otras palabras: el centro le regaló a los extremistas la iniciativa del discurso político. Se salió del debate, a la manera de un actor que se sale bruscamente del escenario y deja al público a merced de un par de payasos gritones. Y gracias a esto, ahora son esos “payasos” los que definen los términos en que se discuten los asuntos de interés general.

En otros momentos he afirmado que, en Costa Rica y alrededor del mundo, el debate político ha pasado a ser una desaforada “carrera hacia los extremos”. Con el auxilio creciente de las redes sociales—verdaderos megáfonos del fanatismo—y la complicidad de unos medios de comunicación cada vez más populistas, superficiales e interesados en debilitar la esfera política para fortalecerse a sí mismos, ahora son las sectas más desorbitadas las que intentan imponer sus puntos de vista, sin ninguna capacidad de dialogar racionalmente, y sin ninguna oposición organizada por parte de los sectores que debieran ser la voz de la sensatez. Es decir, la soga de nuestro ejemplo está deshilachando el centro y fortaleciendo los extremos.

Lo alarmante, empero, no es la conducta de los extremos. De ellos sabemos que seguirán siendo lo que siempre han sido: dogmáticos, ignorantes, fanáticos, sectarios, vociferantes, oportunistas, patanes, mentirosos, manipuladores, demagogos… El problema es que, sabiendo todo esto, el centro no tenga siquiera idea de cómo elaborar una propuesta novedosa y sensata para contrarrestarlos. Esta mediocridad intelectual, por supuesto, también es más fácil de entender mediante ejemplos concretos, de los cuales repasaremos tres:

  1. Elecciones en Costa Rica, 2014

    Casi desde el inicio mismo de la campaña presidencial hacia las elecciones de 2014, resultó claro el agotamiento ideológico del espectro “centrista” en el medio local. El mayor referente histórico de dicha corriente en el país, el Partido Liberación Nacional (PLN), no demostró ser capaz de plantear un proyecto concreto o un objetivo real más allá de conservar el poder que ya tenía. ¿Cuál fue su planteamiento? Inflados a conveniencia el Movimiento Libertario (derecha ultracapitalista) y el Frente Amplio (izquierda socialista), el PLN pensó que le bastaba con pararse en medio de ambos extremos y presentarse como el “centro” simplemente por no ser ninguno de los dos, sin ofrecer nada más. ¿Cuál era el gran objetivo? Seguir siempre igual, que nada cambiara, porque las únicas opciones de cambio —nos decían— eran más peligrosas que el estancamiento. Conformismo para sustituir la esperanza.

    ¿Por qué fracasó esa estrategia? Porque tenía que fracasar. No era simplemente un problema del candidato; era una enfermedad mucho más profunda. Al encontrarse el PLN tan desgastado luego de 8 años de gobierno, y carecer por añadidura de un proyecto político claro más allá del “seguir igual y no arriesgar”, le abrió todos los flancos de ataque a sus adversarios. El electorado le dio rotundamente la espalda, en beneficio (irónicamente) del rival al que siempre pretendió ignorar: el Partido Acción Ciudadana (PAC), que hizo las veces de “gallo tapado” y logró su ya acostumbrada avalancha de última hora. ¿Y qué ofrecía el PAC, quizá la agrupación ideológicamente más ambigua del país? Una simpleza similar: no ser ninguno de los dos extremos… pero con el valor adicional de no ser tampoco Liberación. Con eso le bastó y le sobró.

  2. Campaña electoral en los Estados Unidos, 2016

    Lo sucedido en Costa Rica de ninguna manera es un caso aislado. El espectáculo que hoy ofrece la campaña presidencial en los Estados Unidos es otro síntoma de la mediocridad intelectual reinante hoy en los sectores “moderados” a nivel global, y de su incapacidad para construir, convencer e ilusionar. Las candidaturas recibidas con entusiasmo no fueron nunca las del “establishment” más o menos centrista (Jeb Bush, John Kasich o Hillary Clinton), sino las que tenían un carácter “insurgente” y un discurso claramente más radical (Bernie Sanders o Donald Trump).

    Y observamos de nuevo el mismo fenómeno, esta vez personificado en la candidatura de Hillary Clinton. ¿Cuál ha sido su estrategia? ¡La misma! Poniendo al idealista Sanders como la “izquierda” y al bombástico Trump como la “derecha”, pide el voto simplemente por no ser ninguno de los dos. Al igual que lo intentó (fallidamente) el PLN en Costa Rica, Hillary se plantea a sí misma como la única opción “de centro”.

    Claro está, hay un problema de fondo en ese mensaje: identifica el “centro” como una opción política vacía, sin contenido, conformista e inmóvil (lo que la convierte en ultraconservadora por sus consecuencias, y por ende la elimina como un “centro” real, según lo que hemos venido explicando). Y por supuesto, le entrega gratis a los extremismos la bandera del cambio, el entusiasmo y la emoción.

    Es improbable, desde luego, que Hillary Clinton y sus acólitos se hayan percatado de este fallo, o que les importe gran cosa. Su preocupación inmediata y casi exclusiva es ganar las elecciones de noviembre; pero, a juzgar por la forma en que se conduce esa campaña y el nulo carisma personal de la aspirante, pareciera que su única esperanza es que en los Estados Unidos los temerosos sean mayoría.

    ¿Tiene Hillary Clinton un modelo político al que pueda aspirar su país? Pareciera que no. Y esto también es revelador. No deja de ser irónico que la candidata del “sigamos igual” provenga del mismo partido que eligió a Barack Obama en el 2008 prometiendo “esperanza y cambio”. También aquí el “centro” perdió la iniciativa.

    ¿Tendrá éxito la “inevitable” Hillary Clinton? Al margen de lo que pase en noviembre, es difícil catalogar como “éxito” el haber sacado del anonimato a Bernie Sanders y haber tenido que manosear las primarias para evitar que ese “desconocido” acabara siendo el nominado. Y lo es mucho más el hecho de que, con sus 30 años de experiencia política y con el apoyo casi unánime de los medios de comunicación, la tenga en jaque un candidato que todavía hoy suena a chiste o a canción de Ricardo Arjona. ¡Donald Trump…!

  3. El “Brexit” y los movimientos políticos en la Unión Europea

    Si trasladamos nuestra mirada a Europa, encontraremos un panorama sospechosamente similar. De hecho, y tal como lo analizamos en otra publicación de FACTORES+, la Unión Europea se ha vuelto quizás el arquetipo de la orfandad intelectual del “centro”, reducido a la repetición de eslóganes nobles y generalidades “consensuadas”. Pero, una vez más, el embate de una serie de crisis ha dejado al desnudo la escasa imaginación y minúscula capacidad de respuesta de las tendencias políticas más comprometidas con el “statu quo”, fertilizando de nuevo el terreno para el surgimiento de corrientes políticas más virulentas.

    Desde el atascamiento político que ha vivido España durante más de un año (debido en parte a la crecida del izquierdismo de nuevo cuño bajo la bandera del movimiento “Podemos”), pasando por una Grecia donde la derecha cruda del “Amanecer Dorado” y la izquierda bravucona de “Syriza” estiran la cuerda retando a las fuerzas políticas más “tradicionales”, hasta el terremoto geopolítico causado por el inesperado resultado del referéndum británico rechazando su permanencia en la Unión Europea (el “Brexit”), pareciera que la ineptitud o incapacidad de los políticos de “centro” para encontrar salidas efectivas y creíbles a las grandes crisis no es privativa de este lado del Atlántico.

    El caso de la Gran Bretaña es especialmente emblemático. Por un lado, la elección de Jeremy Corbyn como líder del Partido Laborista en 2015 significó, en palabras del articulista Alex Massie, la cooptación de esa agrupación por la “izquierda dura” y, en consecuencia, su “suicidio político” como opción moderada. Por el otro, el Partido Independentista del Reino Unido (UKIP, por sus siglas en inglés) apareció en escena como una alternativa de corte más nacionalista, nostálgico y quizá reaccionario, mientras que al norte los laboristas eran barridos por el Partido Nacionalista Escocés (SNP).

    Frente a estos sucesos, el Partido Conservador del primer ministro David Cameron optó también por el camino más fácil: plantearse a sí mismo como la opción de “centro”, simplemente por exclusión de los “extremos”. Y una vez más, acompañarlo del vacío ideológico… en una coyuntura tan crítica como la del referéndum que se avecinaba (convocado por él mismo bajo la presión de los sectores más euroescépticos). ¿La propuesta de Cameron? Nada que construir, nada que gestar, ningún logro que obtener. Seguir igual, que nada cambie, porque cambiar es peligroso… “un salto al vacío”, repetía.

    Y también a él le dio la espalda el electorado. También a él se le derritieron entre los dedos las encuestas favorables que le pronosticaban (o más bien, parecía que pretendían inducir) el resultado que deseaba. En pocas horas quedó clarísimo para el Gobierno británico que una mayoría de sus ciudadanos estaban hartos de fingir satisfacción con una política sin identidad. Y la Gran Bretaña resolvió divorciarse de la artificiosa Unión Europea, ese paraíso de lo “políticamente correcto” que ahora, a pesar de sus poses como modelo de integración, amenaza con desmoronarse de un momento a otro.

¿Qué podemos aprender de estos tres ejemplos? Primero, que para que el “centro” sea un baluarte contra los extremismos, no puede ser un centro “vacío”. Necesita articular un proyecto, una meta, un ideal, algo más que el simple “sigamos igual, porque las alternativas son peores”. El centro “vacío” no es centro; es, en el fondo, una defensa a ultranza del “statu quo”, una posición netamente reaccionaria.

Y segundo… que el miedo, por sí solo, no sirve como argumento electoral. Si, volviendo a los Estados Unidos, los demócratas están contando con que el pánico que inspire Donald Trump los hará ganar en automático, es evidente que no aprendieron nada del “Brexit”.

Posdata: ¿Qué pasa si el proceso continúa?

Si queremos saber dónde puede llevarnos ese debilitamiento del centro, hay un ejemplo histórico clarísimo: la Alemania de 1932. La escasa imaginación e iniciativa de los partidos “moderados”, puesta de relieve por la profunda crisis económica mundial de 1929, facilitó el crecimiento electoral del Partido Comunista a la izquierda, y del Partido Nazi a la derecha. A duras penas retardaron los centristas una catástrofe, aliándose entre sí para mantener en la Presidencia al anciano mariscal Hindenburg y evitar así la elección de Hitler. Pero la semilla de la muerte iba a quedar plantada en el Parlamento menos de dos meses más tarde, al producirse la infame “mayoría negativa”. Nazis y comunistas llegaron a sumar más diputados de los que podían reunir todos los demás partidos juntos. Enemigos entre sí, pero más enemigos de la República, con sus votos impedían a los centristas formar un gobierno, pero al ser extremos opuestos, jamás se hubieran unido para formarlo ellos. ¿El resultado? Lo sabemos todos: la cuerda se rompió y, con el centro aniquilado, uno de los extremos se impuso violentamente sobre el otro y precipitó al mundo entero en un caos.

Quizás los “extremistas” de nuestros días no parezcan ser tan brutales como los del ejemplo anterior. Al menos por ahora, disimulan mejor y procuran llegar al poder por vías más o menos democráticas (la forma en que adulteran la democracia una vez que lo consiguen es otro tema, aunque también tiene antecedentes hitlerianos). Pero bien decía George Santayana que “los que no aprenden de sus errores están condenados a repetirlos”.

¿Y cuál debiera ser el contenido de una propuesta “centrista”? ¿Cuál es el proyecto sobre el que debiera marchar? La respuesta a esa pregunta, desde luego, amerita una prolongada y equilibrada reflexión. Sobre ese tema conversaremos muy pronto.

Robert F. Beers

 

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